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Con el ánimo económico de nuevo encogido a causa de la guerra de Ucrania y sus efectos inmediatos –desplome de las bolsas, encarecimiento de las energías sustanciales, gas, electricidad y petróleo–, y su consecuencia directa sobre la inflación, el impuesto a los pobres, los acontecimientos que se viven en el primer partido de la oposición, el PP, pasan a un segundo término, a pesar de su importancia. Por lejana que pueda parecer la acción militar rusa contra Ucrania las secuelas alcanzan incluso a estas Islas en medio del Mediterráneo. No hay actividad humana más sensible al temor que el turismo y otra desaceleración económica provocada por el conflicto bélico puede resultar demoledora para la economía de Baleares, precisamente ahora que la peste vírica aparentemente ofrece una tregua. Son malos tiempos cuando soplan vientos de guerra y carece de importancia quien encarna el papel de Robert Mitchum en la serie de TV de 1983 sobre el libro de Herman Wouk con ese título. El expresidente Aznar frivolizó sobre la situación interna de su partido comparándola con la de Ucrania; han bastado unos días para poner de manifiesto su superficialidad: en Ucrania los muertos son de verdad. Y los tanques y las bombas.

Al margen del presunto chiste, de puertas adentro la sacudida del PP no es en absoluto baladí, en tanto que está en juego el futuro de un partido fundamental para la arquitectura institucional de la democracia. Los sucesos en el PP ponen de manifiesto el cada vez mayor distanciamiento entre la clase política y la realidad sobre la que tienen que trabajar. Y no toda la clase política: los miles de concejales y alcaldes que trabajan en muchos casos desinteresadamente, por voluntad de servicio a sus conciudadanos, sin participar de desmadres como el del PP ahora o del PSOE en octubre de 2016 cuando el partido echó a su secretario general, Pedro Sánchez, por pretender lo que luego ha hecho en el gobierno, también son clase política. Pero sin la perturbación de un dirigente, en este caso Pablo Casado, que le condujo a la obsesión por el control de su propio partido en lugar de desempeñar el trabajo para el que fue elegido, construir una alternativa solvente al sanchismo.

La crisis del PP también es trascendental porque de su resolución va a depender en qué sentido se dilucida la hegemonía del centro derecha. Al día siguiente de las elecciones en Castilla y León, Pedro Sánchez y la izquierda buscaron en el ascenso de Vox el paliativo al severo correctivo sufrido en las urnas procurando desviar la atención sobre su fracaso hacia la hipótesis del acuerdo de los ‘populares’ con Vox para poder gobernar en esa comunidad. Es su estrategia: dar aire a Vox para cerrar la pinza sobre el PP con el miedo a la extrema derecha como instrumento. De ahí la importancia de la orientación del PP post Casado.

El perfil de Alberto Núñez Feijóo, de confirmarse, ahora sí, sus intenciones de acceder a la dirección de la organización, lleva a pensar en una gestión más rigurosa del partido y en una mayor solidez de planteamientos frente a la deriva de una izquierda a la que resulta difícil saber cómo interpretar; como muestra: mientras Sánchez ensalza el compromiso de España con Europa frente a Rusia, su ministro de Consumo aboga por la desaparición de la OTAN.