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También los periodistas mueren, pero algunos de ellos lo hacen en pie de guerra, en el frente, luchando, y no con las armas de matar, sino con aquellas que darán testimonio de la noticia que a las pocas horas aparecerá en la televisión o en los periódicos. Este fue el caso de José Ricardo Ortega, hará algo más de una década. El que fuera corresponsal en zonas de conflicto para Antena 3 Televisión falleció en Haití, víctima de dos balazos en un fuego cruzado.

Hoy, sin embargo, no me referiré a Ricardo, si no a Carlos Canals, también fallecido en pie de guerra. Sabiéndose condenado a muerte, debido a una tremenda enfermedad, quiso permanecer erguido hasta su último momento, narrando su dura agonía. Primero nos daría noticia de ella en su blog difundido por internet, y luego sus familiares recogerían su contenido para hoy consagrarlo y difundirlo en un libro titulado Con los pies por delante, editado por Sloper.

He conocido las muertes de otros periodistas. Una fue la de Andrés Ferret a sus 54 años. Estaba pletórico de vida, pero se fue despidiendo ante nuestro estupor e impotencia. Otra la de Joaquín Morales de Rada, vecino y amigo entrañable. También falleció con poco más de 50. Y recientemente, a sus 68 años, hemos contemplado la de Pedro Comas, director que fue de este diario, y al que conocí de jovencito, cuando era cronista municipal, intrépido e incansable entre pasillos y bastidores del Ayuntamiento de Palma.

Podríamos recordar a muchos más, pero a día de hoy me impacta especialmente la muerte de Carlos Canals. Era muy joven (como también lo eran Joan Pericàs y Txema Sarriegui cuando nos dejaron). Carlos era de los más jóvenes de entre ellos. Apenas tenía cuarenta y seis años y el testimonio de sus últimos meses, luchando contra la adversidad y tecleando como podía las frases que mostraban su estado de ánimo, constituye un fenómeno muy preciado para cuantos sentimos los avatares de la humanidad propia y ajena.

¿Por qué y para qué se impuso dejarnos testimonio de su calvario? Nos lo aclara nada más comenzar su blog: como noticia a comunicar «a toda persona que sienta curiosidad por conocer esa situación tan común y a la vez tan extraordinaria que es la creciente proximidad de la muerte». No va a un frente de combate, pero se encara con su propio destino sin poder acallar al periodista que lleva dentro, lucha contra su cruel enfermedad, contándonos sus vivencias casi a diario, con total sinceridad y con una prosa llena de energía.

No es creyente, da por supuesto que no existe alternativa a su vida, y por consiguiente carece de la coraza que le permitiría arroparse en la esperanza del más allá. Sin embargo asume su tragedia con impresionante entereza. Nada hay de mórbido en su reflexión. Hace suyas las palabras de Max Aub cuando precisa: No escribí este diario con premeditación y menos con alevosía. Además en la crónica de Carlos muchas son las expresiones de ternura hacia sus seres queridos –mujer, compañeros de vida literaria y amigos– que están siendo los receptores de su palabra.

El libro podrá parecer inocuo. Si esto sucede, cuídese el lector. Problemas de sensibilidad. Yo tras su lectura pasé una noche reflexionando y sin apenas dormir.