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Todos los diálogos que he tenido en mi vida, naturalmente, han sido y son diálogos de sordo. De sordo, que soy yo, no de sordos en general. Y no han estado nada mal, han sido provechosos, acaso mejores que los de los oyentes. Los diálogos de oyentes sí que suelen ser un desastre, de ahí que se les llame, sin ningún fundamento, diálogos de sordos. Como los de Ucrania, sí. Ahí no hay ningún sordo, ahí lo que hay son cabrones geopolíticos que lo oyen todo, hasta los murmullos lejanos. Los sordos dialogamos estupendamente, eso de diálogos de sordos es una frase hecha tontísima, propia de gente que tiene el infortunio de oír más de la cuenta. Para empezar, en los diálogos de sordo que yo conozco, la parte sorda se ofende menos y apenas se encoleriza, pues no oye las necedades de la otra parte. Que a su vez, al tener que esforzarse para que el sordo entienda algo, habla más despacio, vocaliza mejor y procura que no se le caliente la boca, ya que entonces, total, no será entendido. Detalles ambos que mejoran la calidad de ese diálogo, además de abreviarlo, lo que ya lo mejora enormemente. Sólo por eso estoy a favor de los diálogos de sordo, o sordos por extensión. De joven, algunos de los míos incluso terminaron en la cama, y con eso está dicho todo acerca de su calidad superior, su fluidez y la buena educación de los dialogantes. Salvo que se trate de un sordo grosero y agresivo, lo que no suele ocurrir. Los sordos, como nadie nos ha comido nunca la oreja, y no oímos las barbaridades que suelta el prójimo, ni pillamos el tonillo despectivo y ofensivo que se gastan en sede parlamentaria, no estamos tan escaldados, resabiados y resentidos como los oyentes, lo que nos facilita ser más corteses y educados. Ojalá todos los diálogos fuesen de sordo, o de sordos. Tampoco escuchamos las reiteradas alarmas que hacen vibrar los cristales de la actualidad, por lo que tenemos menos miedo (de ahí la fama de valientes de los sordos), ventaja que a su vez nos hace más sosegados y ecuánimes. Al dialogar, exponemos brevemente nuestras razones, simulamos escuchar las ajenas, y puesto que rara vez las oímos, nos despedimos amistosamente. Sin rencores. A ver si aprenden los oyentes.