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Rafa Nadal se está convirtiendo en blanco de toda clase de iniciativas laudatorias desde que, dos semanas atrás, se consagrara como el tenista más laureado de la historia del circuito masculino.
Dado que este país es de amplia raigambre cainita, saltaron por supuesto todos aquellos que lo desprecian por razones ideológicas o incluso de rivalidad deportiva, no precisamente tenística. He podido leer tal cúmulo de sandeces con el fin de descalificarlo que a veces me pregunto si sus autores padecen algún complejo patológico.

Qué más da si Nadal es de derechas o de izquierdas, o si es seguidor del Real Madrid o del Alcoyano para reconocerle sus increíbles méritos deportivos. Pero no, el entorno soberanista no consigue saltar nunca la empalizada que rodea su tribu, rodeada de fachas de toda condición y, por supuesto, que alguien manifieste públicamente que se siente muy español es objeto de escarnio o desprecio, a menudo acompañado del epíteto de moda entre la progresía. Nadal es un facha de manual porque no es nacionalista o, mucho peor, porque se envuelve con orgullo en la bandera española y además muestra querencias merengonas.

En el otro lado de este péndulo tan hispánico están aquellos que confunden el culo con las témporas. Rafael Nadal no solo es un deportista único, también es un tipo que encarna muchas cualidades personales poco comunes. Pero, de ahí, a tener que cargarnos el nombre histórico de nuestro aeropuerto –que es Son Sant Joan, aunque en el cortijo colonial de AENA no sepan pronunciarlo– entiendo que media un abismo. El oportunismo político y la gobernanza a golpe de éxito deportivo son muy peligrosos. Tiempo habrá de rendir homenajes a quien todavía está en plena carrera deportiva. La última ocurrencia, la recogida de firmas para que se le declare Grande de España.

Los títulos nobiliarios son una reliquia predemocrática que está muy bien proteger como lo que son, vestigios de un pasado histórico en el que la nobleza desempeñó un liderazgo paralelo a la realeza.
Mucho más lógico sería condecorarle con alguna distinción u honor de tipo civil asociada al deporte y sus valores. Nadal no necesita ser incluido entre los Grandes de España, porque él ya lo es de todo el planeta.

Magnífica tribuna ayer miércoles en Ultima Hora de la presidenta de Escola Catòlica, Llucia Salleras. La omertá que está presidiendo los avances en la tramitación parlamentaria de la ley educativa de Martí March no puede acallar las importantes discrepancias con el actual texto de la norma que mantiene el sector educativo concertado, es decir, aquel que escolariza a casi un cuarenta por ciento de los alumnos de las Islas. Ahí es nada.

Una de las más llamativas es que la futura LEIB ignore los conciertos educativos del Bachillerato, en los que Balears fue puntera hace quince años y que constituyeron un enorme éxito social. Que los conciertos de este nivel no aparezcan en la ley es, sin duda, un mal augurio, quizás un brindis dirigido a todos aquellos que, desde su implantación, han querido cargárselos desde el sectarismo más recalcitrante Y no solo son los socios minoritarios del Govern. También los ha habido –como el exconseller Llinàs–, y los sigue habiendo, en las filas del PSIB y en algunos sindicatos de la pública.