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Dadas las circunstancias, introducir reformas en la dinámica de la zona Schengen, especialmente en lo que guarda relación con su coordinación, parece apropiado. Lo que ya no lo resulta tanto es que el presidente francés Macron se haga con el liderazgo suficiente como para estar al frente de la reforma. La composición de lugar del mandatario es clara, puesto que teme por el control de fronteras de países como España, Italia o Grecia. Dicho de otra manera, en los países periféricos, las restricciones a la circulación de personas en la zona Schengen puede desembocar en aislamiento en el caso de que los demás países estimen que se produce una situación de crisis en las fronteras exteriores.

Así y aprovechando que Francia ostenta este semestre la presidencia del Consejo de la UE, a Macron le ha faltado tiempo (12 horas) para crear un Consejo Schengen, que se reuniría por vez primera dentro de un mes, y que a juicio de algunos sería del todo innecesario de haberse respetado estrictamente desde un principio las normas del acuerdo Schengen de 1995. Es fácil exigir que no haya problemas en una frontera exterior y reclamar libertad de circulación interior.

El primer paso consistiría, según Macron, en un refuerzo de Frontex, la agencia europea de control de las fronteras exteriores. Bien, por más que en realidad experiencias anteriores no permiten un excesivo optimismo en relación a las actuaciones de Frontex como brazo armado de Schengen. Si se desea ver la libre circulación de personas como un pilar de la UE se precisa una solidaridad entre los países que hoy en día se echa en falta.