TW
4

Por mi profesión, cargo y destino he conocido muy de cerca el terrorismo de ETA, estuve amenazado por ella, he oído explotar sus bombas y he visto morir a varios de mis compañeros. Nunca se me borrará el recuerdo de presenciar la agonía de dos policías que fueron asesinados en 1978, cuando estaban jugando al fútbol en el cuartel de Basauri. Dos comandos se detuvieron en la autovía que rodeaba la instalación militar cedida a la Policía Nacional y, mientras uno disparaba a los centinelas de las dos garitas, otro ametralló a los agentes que practicaban deporte. No podré olvidarlo, pero tampoco quiero hacerlo, no quiero vivir sobre el menosprecio de las víctimas. Al día siguiente el funeral se celebró casi en la clandestinidad. Ninguna iglesia ni ningún cura se prestó a albergarlo, tuvo que oficiarse en el mismo cuartel por un capellán castrense.

Al recibir a sus familiares, gente humilde, con los ojos enrojecidos por sus apresurados viajes, falta de sueño y exceso de lágrimas, sabía que mis palabras de consuelo no les iban a servir de nada. Preguntaban por qué habían matado a sus hijos si no eran más que unos modestos servidores públicos. Y yo no tenía respuesta. No podía decirles que ellos no eran más que algunos de los cientos de miles de españoles perseguidos cuya eliminación allanaba el camino para romper España y alumbrar una república comunista vasca, que la muerte de sus hijos era el medio, no el fin, que la muerte que en realidad buscaban los asesinos era la de la democracia, la del régimen de libertades. Que sus hijos eran la sangre de la democracia.

Hoy me repugna ver como ETA permanece viva en Bildu, se ensalza a los criminales como héroes, y se escribe el falso relato de dos grupos homologables enfrentados. Me repugna que no haya el más mínimo reparo moral para blanquear a aquellos malvados, antes bien, que sea el propio Gobierno de la nación quien coloca en sus manos la cal, le proporciona trato honorable, despenaliza su legado terrorista, los pone en libertad, inviste a su formación como socio para dirigir el país y bendice que destacados asesinos convictos ocupen la dirección de Bildu. Ese mercadeo con la sangre y los votos tizna de manera infame nuestra democracia.