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La duda es preferible a la certeza, es más científica, más estética, más inteligente y moral. Siempre es mejor dudar, aunque sin llegar a la duda sistemática, que es como un tic nervioso. Por lo demás, se habla mucho del beneficio de la duda, que es un beneficio dudoso, con sus pros y sus contras, ya que esto de las dudas cada cual lo coge como le conviene. A veces, decir «Tengo mis dudas» suena a rotunda descalificación; a veces, es casi un elogio. Depende. Todo es muy dudoso en este asunto, ya que las dudas, en contacto con la humedad del aire, se inflan y se convierten en un mar de dudas, lo que las hace inmanejables. Pero hay algo que puede darse por cierto. Como ocurre con las virtudes, el beneficiario de la duda nunca es el dubitativo, como no lo es el virtuoso, sino el otro, el dudoso al que se concede el beneficio de la duda. Se concede, ojo, estamos hablando de benevolencia, no de evidencia. «Le concederé a este bribón el beneficio de la duda», se dice en estos casos. In dubio pro reo, dicta el principio jurídico del derecho romano. O sea, que en caso de duda, se debe favorecer al acusado. ¿Y si hay que inventarse las dudas? Pues se inventan; al fin y al cabo, tanto las dudas como las certezas suelen ser invenciones. ¿Y si concedes el beneficio de la duda a un cabronazo que luego te jode? Pues nada, que ya no hay duda. Es lo que se llama salir de dudas, y se nota que alguien lo ha conseguido en que a partir de ese momento sólo se concede el beneficio de la duda a sí mismo. Y sin dudarlo. El PP, por ejemplo, jamás duda de nada; si le preguntas a Cuca Gamarra si concedería al Gobierno el beneficio de la duda en el asunto del reparto de los fondos europeos, te dirá que no, nunca. Mis dudas son mías, y sus beneficios también; no se los doy a nadie, podría añadir. Como ya dijimos, cada cual lleva sus dudas a su molino, y hace con ellas lo que quiere. Son muy flexibles, las dudas, y algunas ocultan certidumbres graníticas. ¿Concedería yo el beneficio de la duda a la Iglesia en el siniestro asunto de la pederastia? No sé, no sé. Lo dudo. Es decir, prefiero dudarlo. Siempre es preferible la duda a la certeza, aunque algunas dudas, cómo no, son muy dudosas.