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Hace unos meses el presidente norteamericano Joe Biden tachó de «asesino» a su homologo ruso Vladimir Putin. Biden, el mismo que en la era Obama fue cómplice del asesinato de Bin Laden o, más recientemente, el criminal que dejó a su suerte al pueblo afgano- recordemos los muertos que cayeron desde las alas de unos aviones o los asesinatos de civiles afganos que colaboraron con el ejército USA.

También Putin no es un alma cándida, pues todos recordamos los muertos chechenos en el interior de un teatro en Moscú y así suma y sigue. Ser presidente de una nación implica tener que tomar decisiones criminales contra los enemigos del pueblo, y si Putin no se corta un pelo a la hora de ser un tipo duro, imaginen a Biden. Ahora estamos inmersos en una escalada de visos belicistas como no había ocurrido tras la Guerra Fría con el asunto de Ucrania. Por eso deberíamos conocer cuál es la personalidad de ambos dignatarios y sus diferencias.

Si quieres acabar con tu enemigo, piensa como él y actúa como si fueras él. Es lo mismo que hacen los perfiladores del FBI, cuyo creador, Kessler se dio cuenta de que para atrapar a un psicópata, un asesino en serie , has de convertirte en él y pensar como él. ¿Y qué son, si no auténticos psicópatas de manual, quienes nos tienen a un paso de una Tercera Guerra Mundial?

Empecemos con Putin, un hombre de Estado frío, calculador, paciente, que no tiene prisa ni se deja llevar por la impulsividad, pragmático pero que, en su vida personal, es cariñoso con los niños y los perros. Que posee una gran empatía por los animales, incluso los de fama peligrosa como el oso siberiano o el tigre de Bengala o las panteras negras... También Putin es un hombre familiar de firmes creencias en los valores familiares y religiosos- de hecho, es cristiano ortodoxo- celoso de su intimidad y vida privada, al que se le conoce solo un matrimonio del que se separó pues el cargo de presidente le ocupa todas las horas del día y que oculta la vida privada de sus dos hijas , que tienen prohibido salir de Rusia, que viven en dachas privadas junto a sus maridos y cuyas profesiones están dedicadas a la ciencia y las artes escénicas y completamente alejadas de la carrera política.

Putin es un gran deportista, en especial el judo, que practica desde los doce años de edad y le da estabilidad psíquica y fortaleza espiritual. Para Putin, Rusia es la sagrada madre Tierra y hay que entender el carácter eslavo para saber en qué consiste eso. Su amor hacia su ya fallecida madre permaneció inalterable toda su vida, y mide a los hombres como éstos tratan a sus madres. Posee pocos amigos, algunos exagentes del KGB y legionarios que forman parte del servicio secreto que le protege.

Biden, en cambio, es un anciano que piensa en el futuro de América con ideas que forman ya parte del pasado sin llegar a entender que el mundo ya ha cambiado y hay que enfrentarse a él con pensamientos y conceptos modernos. Se sabe débil física y mentalmente y conoce que su popularidad ha descendido, y más tras el fiasco de la salida de Afganistán. Esa poca popularidad le está obligando a tomar malas decisiones en cuanto al conflicto ucraniano , y cree saldrá victorioso de él sin llegar a entender que nos está dirigiendo a una guerra de dimensiones espeluznantes y que sólo la templanza de Putin podrá evitar pese a toda la propaganda en su contra de los medios desinformativos occidentales.

No crean ni la mitad de esta propaganda que nos hará creedores de un Putin parecido a un Gadaffi o un Saddam Hussein. Es decir, el diablo en la Tierra. Biden tuvo varias desgracias en su entorno familiar, fallecimiento de un hijo, de su primera esposa y otro hijo consumidor de cocaína. De Biden corren ciertas noticias en los mentideros de Washington, que posee tendencias pederastas y que él no es el viejo afable que quiere aparentar ni posee un alto control de su impulsividad, véase el ejemplo de llamar a un periodista «hijo de perra» con los micrófonos abiertos. Imaginen ese mismo improperio si lo hubiera soltado Donald Trump. Por eso, debemos ir con cuidado a la hora de elegir a nuestros representantes políticos, pues en este caso se trata de dejar en peligrosas manos el futuro de nuestras vidas.