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Confieso que me tiene perplejo la evolución política de Més en los últimos años. Y no me refiero al tránsito desde el nacionalismo de izquierdas al soberanismo de raíz eminentemente burguesa, sino a la otra guinda del pastel, el sufijo ‘eco’. El origen de este matrimonio de conveniencia entre el independentismo y el ecologismo ha sido la progresiva pérdida de referentes ideológicos de la izquierda en los últimos cuarenta años y su búsqueda de nuevos nichos electorales entre colectivos diversos, el primero de los cuales fue, indudablemente, el movimiento ecologista, singularizado en nuestra comunidad en el GOB.

Sin embargo, la luna de miel Més-GOB duró lo que todas y, actualmente, son muchos más los puntos de fricción entre ambos cónyuges que las coincidencias, especialmente desde que los antiguos pesemeros asumieron responsabilidades en el área de Medio Ambiente del Govern. Repasemos un poco la cronología. Més estaba ya al frente de esa área cuando tragó sin demasiado esfuerzo y el Govern del cual formaba parte ejecutó un proyecto descomunal de autopista Llucmajor-Campos, que apenas fue retocado desde la inicial versión del Partido Popular. Los ‘ecosob’ pudieron haber intentado maquillar su postura y propuesto a sus socios progres una alternativa intermedia, como es la de una autovía como la existente entre Palma y Manacor –la vía rápida más segura de cuantas existen en las Illes Balears–, pero eso significaba, nada menos, que asumir las tesis de la extinta UM, autora material de esta modélica obra pública, pese a quien pese. Por ello, prefirieron la corresponsabilidad política de consumir muchísimo más territorio y, obviamente, de dejar una enorme herida en el entorno, antes que rectificar. Pero, por más que se taparan la nariz ante los demás, el pedo era propio.

Por si no bastara, Més defiende también –en contra de cualquier lógica ecologista– la construcción de un emisario submarino en Son Bauló para dar salida a la futura depuradora que el Govern se empeña en construir, con o sin aportaciones de Santa Margalida. Dicho emisario, de características similares al que ha arrasado una pradera de posidonia de superficie equivalente a varios campos de fútbol en la bahía de Palma, y que todavía vierte aguas fecales en Can Pere Antoni cada vez que arrecia la lluvia, es la solución propuesta por el equipo ecosoberanista de la Conselleria para estupor de los vecinos de Can Picafort. Se ve que a la posidonia vilera solo le hacen daño las anclas de los yates, pero no las toxinas fecales bendecidas por estos ecoflautas.

Por último, la Comisión Balear de Medio Ambiente, con la oposición incluso del propio Ajuntament de Palma –del que pasa olímpicamente–, del GOB y de muchas otras organizaciones, ha aprobado estos días la restauración de la antigua cantera de sa Garrigueta Rassa, previa explotación de la misma durante otros treinta años, con el relleno de esa enorme y fea dentellada mediante el vertido de residuos de obra, supuestamente inertes. Se pretende sustituir la acción orográfica natural por una montaña de escombros. No quiero ni pensar qué dirían los ecosoberanistas de Més si los autores de estas agresiones al entorno natural fueran dirigentes de partidos de centroderecha, aunque puedo imaginármelo.