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Hoy se cumplen sesenta años de la muerte del gánster Lucky Luciano. Aquel 26 de enero de 1962 estaba reunido en una cafetería del aeropuerto de Nápoles con el productor de Hollywood Martin Gosch, a quien llevaba tiempo denegándole cualquier permiso para rodar una película sobre su vida porque no quería desairar a ninguno de sus viejos cómplices, cuando sufrió un ataque al corazón. Tenía 65 años y si había accedido a reunirse con Gosch era porque por fin había decidido aceptar su propuesta. Para empezar, de aquellos cómplices ya casi no quedaba vivo ninguno.

Se llamaba en realidad Salvatorie Lucania, había nacido en Sicilia, y era el jefe de los Genovese, una de las cinco familias que desde hace más de un siglo dirigen el crimen organizado en los Estados Unidos. Condenado a más de treinta años de cárcel por proxenetismo en 1936, la pena le fue conmutada por la deportación a Italia tras el fin de la II Guerra Mundial. Los Genovese controlaban los sindicatos del puerto de Nueva York, que era vital para el envío de tropas y suministros a Europa, y cuando el gobierno se dirigió a Luciano para pedirle que le ayudara a ganar la guerra este se comprometió a que mientras aquella durara no habría huelgas ni sabotajes.

Hasta el último día de su vida soñó con volver a América y a su muerte el Gobierno estadounidense concedió a sus parientes autorización para repatriar su cuerpo y enterrarlo en la cripta familiar del cementerio de Queens. Podría ser un criminal, y según se cuenta incluso un putero de campeonato, pero nadie podía decir que no era un patriota.