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Los números están determinando nuestro destino y estado de ánimo. Con las no-fiestas de enero se ha añadido una nueva prohibición al desánimo y agotamiento colectivo que se traducen en unas preocupantes cifras de suicidios y uso de antidepresivos cuyos efectos empezarán a aflorar con más fuerza cuando la COVID remita. Mientras escribo esto nos dan noticia de que alcanzamos en Illes Balears los 1.111 muertos por COVID. Como todo lo relativo a esta pandemia, las dudas y lo que no conocemos nos lleva a pensar que seguramente sean muchos más. Días fríos en los que nuestros políticos han aprovechado Fitur para hablar de los retos que tocará abordar cuando acabe la pandemia y también de una recuperación económica que incluso ya sitúan en 2022. En una especie de visión bipolar se mezclan el optimismo con el cénit de la desesperación y ello está resultando muy difícil de gestionar. La rebeldía ha querido utilizar las fiestas populares de enero que han sido la excusa para un pulso a las medidas adoptadas por las corporaciones locales en un pico alto de esta sexta ola.

Todos llevamos a un rebelde dentro, pero muchos entendemos que es el momento de respetar unas normas que tienden a propiciar una solución. Ello implica confiar en nuestros dirigentes y en nuestros expertos y nos aboca a llevar mascarilla aunque no nos crucemos con ningún vecino del pueblo. Es algo que no comprendo y me lleva a esa rebeldía que intento justificar como los que se reunieron durante la noche de Sant Antoni como si la pandemia fuera una farsa o una historia que ya no va con nosotros. Es en esos momentos donde aparece el 1.111 y la necesidad de creer en el compromiso social. Poco más podemos hacer y me reconozco incapaz, y creo que no va a cambiar, de enjuiciar la gestión del Govern y entiendo que ha sido muy duro para nuestros dirigentes que no esperaban un guión similar. En ocasiones nos toca aplaudir medidas y en otras las duras críticas de expertos como el doctor Javier Alarcón que, incansablemente, es azote incómodo (en un cosmos de aduladores) para Francina Armengol y la Conselleria de Salut (i Consum).

Quiero creer, siendo muy consciente de mi error, que tras este fracaso colectivo algo debería cambiar. Lo que sí veo son todos los regueros de tristeza y sufrimiento que dejará esta etapa marcada por el sacrificio de pruebas diagnósticas, tratamientos y operaciones que no se han podido realizar por los motivos que ya conocemos. Era mejor no aplaudir y actuar más allá del hedonismo egoísta o del pensar que la COVID puede equipararse a una gripe ligera. Una parte importante de nuestra sociedad no ha entendido el colapso sanitario ni ha empatizado con tantos trabajadores del IB-Salut que se encuentran totalmente desbordados e incluso abandonarían unas labores que solo se entienden desde la vocación. Una pena, perdemos todos.