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Éramos pocos y parió la abuela, se dice vulgarmente pero, en ocasiones, me viene de perilla remitirme a este dicho. Mientras el Govern imponía la exigencia del certificado COVID en hostelería, restauración, cines, teatros, gimnasios, etcétera, una auténtica tocada de pelotas que en algunos sectores parece más bien ‘Pesadilla COVID en Elm Street’, se iba conformando una corriente anti certificados COVID que desemboca en solicitar las hojas de reclamaciones si el establecimiento en cuestión lo exige. Y lo sé de primera mano: una persona sin mascarilla me preguntó la semana pasada si solicitábamos el certificado COVID, contesté afirmativamente y me pidió las hojas de reclamaciones.

Como me gusta contentar a todo el mundo se las entregué tranquilamente. Entonces se puso a perorar sobre lo inconstitucional que es esa demanda y que nosotros, los tristes empleados, tendríamos problemas legales, muchísimos, por solicitarlo, que lo hacía por nuestro bien, (supongo que este discurso gratuito venía amparado por la suposición de que éramos unos analfabetos y sospecharíamos que esa persona era la elegida para salvar el mundo de tanta injusticia y ruindad), y blablablá. Sólo le faltaba una tarima acorde con su grandilocuencia.

En un momento dado le he dicho textualmente: mire, todo lo que cuenta me importa un pepino. Abrió los ojos y me llamó maleducado (completamente de acuerdo) y se ha llevado las hojas para rellenarlas convenientemente recalcando que lo hacía por nuestra libertad. Después de un año y medio en situación de ERTE, cobrando el 70 % de mi jornal, me paso por el forro las claras intenciones de coaccionar que tienen algunos. Cuando todo este tiempo incierto pase también me importará un pepino no pedirlo. Matadme.