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Los fascistas con pedigrí, los italianos que envió Mussolini a España en 1936, quedaron horrorizados ante el clasismo de la sociedad mallorquina. Es curioso ver cómo los fascistas de verdad, no los de ahora –que puede ser cualquiera que lleve la contraria a alguien–, a pesar de ser un movimiento interclasista, acabaron aborreciendo a los llamados butifarras (nobles) y a cualquier burgués o vividor con alergia al trabajo.

He recogido tres italianos que escribieron sobre ello durante su paso por la Isla. El más duro fue el capitán de navío Antonio Legnani. En un informe enviado a Roma, explicaba que en Mallorca había dos clases sociales, la dirigente y la obrera. Sobre la primera, decía que era «de ideas conservadoras de fondo militarista, explotadora de la clase obrera, más por vanidad que por necesidad material, y que gusta de mantenerse distante y rodearse de una fastuosidad y una pompa con las que únicamente pretende ocultar su impresionante vacío de carácter e ideas». Sobre la clase obrera, aseguraba que «hasta ahora ha obedecido a la clase dirigente por tradición y conveniencia».

Legnani añadió que, en general, los mallorquines tenían una vida «fácil y simple» gracias a la agricultura y el turismo, y que «la clase dirigente se aprovecha de ello para mantener un rango y una situación que no les pertenecen».

El fascista más conocido, el apodado Conde Rossi, alardeaba en sus informes de los desfiles que organizaba en Palma, con obreros y campesinos mostrando sus herramientas de trabajo, y reconocía que su labor de fascistización tenía dos obstáculos: «Los masones y los capitalistas».

El capitán Luigi Mancini pasó un año en la Isla y también denunció en sus memorias que «los nobles requerían muchas atenciones». «En Palma hay un formalismo excesivo debido a las diferencias entre los grados de nobleza y los niveles sociales de la población». Cuenta anécdotas de condes y marqueses que se habían refugiado en Mallorca y que esperaban siempre un grado de cortesía superior al resto. También habla de un joven vasco que servía como marinero en el crucero Baleares.

No da el nombre, solo dice que era de familia «muy rica, con importantes astilleros en San Sebastián». Reconoce que en el barco se comportaba como «un óptimo marinero», pero «cuando bajaba a tierra, se convertía en el millonario acomodado que era». Mancini afirma que «hacía lo que quería porque muchos oficiales de alto grado eran amigos de su familia» y que «lo peor es que sus jefes no solo no le reñían, sino que le imitaban». El marinero murió en marzo de 1938 cuando el Baleares fue hundido por la marina republicana.