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La izquierda amamantada por Zapatero y desarrollada por Sánchez ha encontrado un arma letal paralizante de la oposición. Nace de la superioridad moral de la ideología en la que está instalada, a la que cree fundamentada en esencias inmutables a manera de religión mesiánica. Consiste en la práctica del racismo ideológico, que inferioriza a aquellos de ideología diferente, a los que contempla como individuos malvados, dañinos, portadores de impurezas morales tóxicas, que repugnan a su decencia. Al mismo tiempo, se ufanan de su propia ideología, cuya pureza moral y cultural representa la cumbre de todas las virtudes. Esa pureza se protege de toda contaminación excluyendo, marginando, expulsando a los que no aceptan sentir, pensar, hablar como ellos imponen. Son parias, peligrosos portadores de la impureza filosófica.

El racismo ideológico establece que sostener otras ideologías comporta una tara moral junto con una determinada visión indeseable del mundo. Este racismo diferencialista, por un lado pretende excluir a sus oponentes por considerar que ensucian y alteran la integridad social, pero, a la vez, los necesita, pues su presencia le permite resaltar lo que de incomparable encuentra en su propia perfección.

La izquierda siempre representa el bien, en tanto sobre la derecha se cierne la sospecha moral; de esta manera se va construyendo la conciencia de que en democracia solo hay unas ideas moralmente aceptables y que al adoptarlas adquieres marchamo de buen ciudadano.

Cabe preguntarse si la izquierda incorpora las sanas ideas de igualdad y justicia social, ¿por qué acumula tantas derrotas? Tampoco parece concebible que una ideología que se atribuye tan altos principios morales haya causado tantos millones de muertes, desgracias y miseria a lo largo de la historia de la humanidad.

La izquierda proyecta sus utopías sociales abstrayéndose de la realidad de la condición humana, cerrando los ojos a su propia realidad. A la derecha le toca trabajar con los pies en la tierra, mantener el estado de bienestar gestionándolo de forma eficiente, realizar reformas prudentes y mejoras progresivas del Estado de derecho, afianzar los contrapesos institucionales y fortalecer la división de poderes.