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Volveremos a olvidarnos rápidamente de él, pero este 2022 será de nuevo el año en que, durante unos días, de lo que más se va a hablar es de curling. Porque cada cuatro años, con los Juegos Olímpicos de Invierno, vuelve el curling a nuestras vidas. Entonces nos preguntamos cómo es posible haber podido vivir cuatro años enteros sin él. Y, sin embargo, lo sorprendente es que haya sido el curling el que haya sobrevivido todo este tiempo sin nosotros.

Porque el curling, ese deporte que se practica sobre una pista de hielo con dos escobas y una piedra de 20 kilos, sobrevive incluso a pesar de sí mismo y de sus propias contradicciones como el más políticamente correcto de todos los deportes. Por eso mismo da igual que ningún español vaya a llevarse tampoco una medalla en Pekín: dentro de unas semanas todos hablaremos de curling y lo haremos en serio porque el curling puede tolerar una risotada o un chiste fácil, pero no una ironía.

Las secciones deportivas de los telediarios incluirán las imágenes de los noruegos imponiéndose a los suizos en las rondas clasificatorias de la competición masculina, los programas radiofónicos de fútbol anunciarán el resultado de la última final entre las suecas y las canadienses, y no habrá articulista de periódico que no sienta la tentación de dedicarle a este deporte siquiera unas líneas, a modo de metáfora política, en su columna. A ver cuántos se atreven de verdad a hacerlo. Ya han visto con qué cuidado he ido yo.