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Ningún árbol puede llegar hasta el cielo si sus raíces no se hunden en el infierno», escribió el psiquiatra Carl Gustav Jung. En el himno mallorquín ‘la Balanguera’ Joan Alcover escribe «el árbol se alza tanto más alto cuanto más profundo arraiga» y el Papa, argentino y jesuita, o sea de lengua castellana asegura: «Vivimos una cultura del descarte». ¿Si esto todavía no es el infierno, es ya el purgatorio? ¿Qué es el descarte?. Descartar es arrinconar, hacer a un lado. Despreciar. Y la cultura ‘desarrollada’, europea y norteamericana, sacrifica a los ancianos. Eso sucede hace ya varias generaciones. Varias generaciones atrás los ancianos empezaron a ser arrojados de sus hogares, los hogares que ellos habían creado, y son desterrados a instituciones geriátricas donde, se ha visto que se aloja también el COVID-19. Desde el primer momento se dijo que los mayores eran el principal «grupo de riesgo». Tal vez pero luego se ha demostrado que los adolescentes no es que sean un peligro, es que no quieren, o no pueden, vivir en esta cultura: no hay trabajo para la mayoría, estudiar sale carísimo y el suicidio se convierte en la principal causa de muerte en la franja de edad en que se debería accede al primer empleo. Así las cosas, Elon Musk asegura «demasiadas personas inteligentes creen que el aumento de población perjudica el desarrollo económico, por el exceso de consumo, y es al revés, los nacimientos son los que generarán brazos para crear riqueza». En estos días, en que el año comienza, recordamos que Jesús nació en estos días. Esta es nuestra cultura. En estos días Jesús nació y, siendo Dios, se hizo pequeño hasta el límite para que cuidáramos de Él y, Él somos los más débiles.