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Es necesario alcanzar una cierta edad para responder sin contemplaciones, con total sinceridad, a aquellos que hablan del progreso en la esperanza de vida, que lo que en realidad se ha alargado es la vejez, no la vida. Et tout le reste... literatura o lo que cada uno prefiera llamarle. Aún mayor dificultad absoluta reviste ya no el calcular la medida, sino la duración de la vida. Pese a ello existen intentos. El tradicional es el elaborado por el matemático Benjamin Gompertez en 1865, quien recurriendo a la ecuación que lleva su apellido estableció que la tasa de mortalidad humana por enfermedad aumenta de manera exponencial con el tiempo.

Dicha ecuación, preferida por muchas aseguradoras, llega a afinar hasta dejar claro que la probabilidad de morir (cáncer, cardiopatía, etc.) se multiplica por dos cada 8 o 9 años. Bueno. Otra posibilidad de calcular cuánto se puede vivir consiste en observar cómo se deterioran los órganos con el tiempo y comparar ese ritmo de deterioro con la edad a la que dejan de funcionar. Bueno. Y ahora, en estos desdichados tiempos, se descuelgan unos investigadores de Singapur, Rusia y EEUU, –todo muy representativo– que utilizando un modelo informático concluyen que la vida humana puede llegar hasta unos 150 años.

La elaboración del modelo incluyó un complejo estudio de la sangre de los participantes hasta los 85 años, observando los cambios a corto plazo en sus células sanguíneas. Bueno, en realidad tercer bueno, pero es que dejando de lado lo muy, muy especulativo que rezuma de los tres procedimientos, encuentro que el momento actual no parece el más oportuno para anunciar públicamente que podríamos vivir siglo y medio en un mundo que, a día de hoy, está como está.