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El optimismo es la mezcla de la visión positiva de la realidad con la esperanza como virtud teologal. Uno es optimista cuando ve el presente como plataforma ilusionada de futuro. En la Navidad –tiempo especialmente señalado para desear lo mejor–, el optimismo tiene que ver con ese afán de hacer del año que acabamos de comenzar un tiempo mejor que el anterior. Por eso, cada vez que pasamos un fin de año nos deseamos lo mejor para el que viene. Somos especímenes esperanzados y eso hace que nuestros mejores deseos siempre estén marcados por esa expresión futura de la que no deseamos más que la prudencia condescendiente de seguir vivos este nuevo año, que no es poco.

No creo en años mejores ni peores, en presagios que otorgan mayor o menor fortuna a los años pares o impares, ni en años capicúa ni acrósticos. No creo en las venturosas apuestas por cambios que modifiquen el itinerario antropológico del mono pensante que llevamos dentro. Creo, sin embargo, en la buena voluntad de las gentes, en la esperanza que depositamos unos en otros, en la necesidad imperiosa de afrontar el futuro con ilusión y un fuerte deseo de poder hacer algo que redunde en beneficio de los que nos rodean y (por inclusión) de nosotros mismos.

No tenemos que esperar gestas de los demás. Las hazañas las tenemos que hacer nosotros aunque los años, la pandemia, las enfermedades y todo lo negativo que nos rodea intente silenciarnos. Comenzado este año nuevo, con esas letras del alfabeto que ponen nombre a las variantes del coronavirus, a punto determinar, repartamos el optimismo que puede ayudarnos a ver el mundo desde una nueva perspectiva. Aquel deseo tan mallorquín de molts d’anys puede ser una oportunidad para llegar, incluso, a cambiar el futuro. Por eso y sin ánimo de ofender, te deseo el mejor año para este año nuevo.