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Siempre tendemos a crear ficciones. Debe de ser que la realidad no nos gusta. Quisiéramos transformarla, pero no somos capaces de hacerlo, a pesar de los buenos propósitos con que estrenamos los años, e intentamos, a menudo sin conseguirlo, reescribir la vida. Cómo sería nuestra vida imaginada? Una existencia que no dependiese del azar ni del destino. Solo de nuestros propios deseos, de la capacidad de inventar el futuro.

Hay personas que viven vidas imaginadas. No se corresponden a la realidad en un sentido estricto, aunque nos guste creer que son ciertas. Hay mentiras hermosas. Están de moda los stunts. Son los falsos romances, relaciones que se inventan entre dos famosos con el objetivo de promocionar algo: un disco, una película, cualquier producto recién surgido en esta sociedad de consumo rápido, inmediato. Por ejemplo, una actriz está a punto de estrenar una película. Se activan las campañas de promoción. No hay límites si se trata de promocionar un producto de consumo. Las reglas entre lo que es real y lo que es falso se diluyen hasta que desaparecen. Queda bien vender que los dos protagonistas tienen un idilio en la vida real. Es una suma de ese morbo añadido que tanto gusta. Inventemos pues una historia romántica que nos haga soñar y, sobre todo, que aumente la recaudación de las taquillas. Lo que todo el mundo cree acaba por convertirse en una nueva realidad.

Imaginemos que un cantante de moda va a comenzar una gira. Ha pasado mucho tiempo sin poder actuar. Lo hace con las restricciones que marcan la COVID y las circunstancias. Hay que asegurar la venta de entradas. No están los tiempos para tonterías. Creemos una historia de amor que atraiga al fenómeno fan. Un relato que invite a la alegría de vivir, al sueño, a creer aquello de «todo es posible». Entonces llegaremos a creer en una auténtica vie en rose, y olvidaremos los tiempos del cólera que escribió García Márquez y que no hemos elegido vivir. Los dueños pueden vencer todos los miedos, incluso los que genera una pandemia universal.