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Después de una intensa semana de celebraciones, buscaba con mis hermanas una pausa de descanso en Son Homar. Pero antes, debíamos pasar por Petra para visitar a Gabriel, recién llegado de la clínica, con su esposa, Margarita, nuestra hermana.

Eran la una y media de la tarde y pude contemplar una escena entrañable: Gabriel, bien avanzado en alzhéimer, abría la boca, mientras Margarita le daba de comer con una cuchara. Ayer –nos contaba nuestra hermana– le pregunté si sabía quién era yo y sin esperar respuesta le dije: yo soy tu esposa que te ama mucho, y tú, ¿le amas? y en un momento de lucidez me respondió: «I molt que l’estim.» Y yo, Antonio, para mis adentros decía: «Si esto no es belleza, ¿qué será la belleza y la bondad?» Entonces comprendí que más allá de los laudables y admirables cuidados paliativos está latiendo aquí y en tantas familias el amor en su más pura significación y expresión.

El Niño Dios, nacido en Belén, se sentiría cómodo aquí y estos gestos tan sencillos serían como pajas formando una cuna espléndida donde dormir plácidamente… y a lo lejos se oirían músicas celestiales: «Noche de Dios, claro sol brilla ya...»