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Esas algaradas y protestas contra las restricciones, ordenanzas, horarios y mascarillas, que según enseñan los telediarios ocurren cada dos por tres en los países europeos supuestamente más civilizados y ejemplares (Alemania, Bélgica, Reino Unido, Países Bajos...), parecen indicar que la gente está muy harta de normativas, reglamentos, protocolos sanitarios y disposiciones adicionales con que los gobiernos, en sucesivas vueltas de tuerca, intentan reducir los contagios. Hartazgo del que se benefician todas las ultraderechas, que claman libertad como cuando Espartaco lideró la revolución de los esclavos. Es cierto que al poder le gustan demasiado las reglas, patrones de comportamiento y protocolos, cuantos más mejor, aunque sólo sea para que en caso de meter la pata, se pueda decir eso de «se han cumplido con rigor todos los protocolos».

Pero la gente, y basta recordar los inicios de pandemia, también exige leyes, referentes, modelos y pautas a granel, suele acusar a los gobiernos de no hacer nada (el PP lleva así más de un año), o de hacerlo tarde y mal, y siendo el cerebro humano un fajo de papel pautado que hay que llenar, cuando adelgaza la normativa vigente sufren ataques de nervios y sensación de desamparo. Necesitamos muchísimas ordenanzas, incluso tan triviales como las mascarillas, que son medidas y pautas de adorno. Hasta que nos hartamos de ellas, no aguantamos más, a la mierda la mascarilla. No es que los alemanes, belgas, holandeses o británicos prefieran de pronto contagiarse y enfermar con tal de no acatar más preceptos, horarios, certificados, confinamientos, toques de queda y trapos en la cara (ni siquiera con la banderita de sus respectivos países), sino que se han cansado de reglamentos por su propio bien. Necesitamos y exigimos pautas, para todo, pero sólo hasta que nos hartamos. Otra vez no, chillan las sociedades más desarrolladas de Europa.

Esas protestas multitudinarias que vemos en los telediarios (¡Contra las mascarillas!) no son pataletas infantiles. Son algo peor. Superioridad moral. Ya cumplimos nuestro deber cívico, y ahora otra vez. Intolerable. Igual se trata de una pauta europea subyacente.