TW
1

El tópico universal que más daño ha hecho en el mundo, con diferencia y desde el paleolítico, es ese que asegura que la intención es lo que importa. Existe en todos los idiomas, culturas y lugares, y ha provocado más desastres que la idea del Dios verdadero. Y menudos estragos (políticos, sociales, sentimentales) sigue provocando todavía, uno detrás de otro, en racimo. No hay forma de convencer a la gente de que la intención es lo de menos, porque lo que cuenta es el hecho en sí. Y si alguien, con la mejor intención, nos jode a base de bien, pues eso, que nos ha jodido. Incluso en literatura, la intención del autor no pinta nada, y jamás ha mejorado una novela o un simple soneto. No digamos en política, en economía o asuntos personales. Con las mejores intenciones luego sale lo que sale, y de nada sirven las explicaciones habituales. «Mi intención era buena». «Lo hice para bien». «Me dejé la piel». «Yo no quería esto». Etcétera. Encima tienes que consolar al muy cabrón, o cabrona, disculparle la cagada y aplaudir sus intenciones. Lo que faltaba. Porque de las intenciones malévolas a veces te puedes defender, pero de las buenas no hay manera, y quedas fatal si lo intentas. «No me entiendes», se lamenta el desastroso bienintencionado. Que si es un líder político, insistirá en que no se han explicado bien y les ha fallado el relato. Monsergas. El asunto es que a quién le importan las intenciones. Y como estos días navideños son propensos a joder al prójimo con la mejor intención, no está de más repetirlo. Ya sé que contra un tópico universal de esta envergadura cultural no hay nada que hacer, pero mucho ojo con las buenas intenciones. Cuidadito con ellas, recuerden esa otra sentencia de origen impreciso que asegura que el camino del infierno está pavimentado de buenas intenciones. Que por más que se haya repetido, tampoco logró erradicar el tópico siniestro de que la intención es lo que vale. Batalla perdida. Y más en Navidad. Probemos otra cosa. Figúrense al señor Casado, rebosante de buenas intenciones para salvar España. Qué groserías y tacos, en ese lenguaje chocarrero, soltaría en el Congreso. En serio, omitan las intenciones. Los suyos se lo agradecerán.