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Sobre un fondo donde la ambigüedad trata de diluir los significados más obvios, dos noticias se elevan, quizás sin proponérselo, sobre la general ambigüedad: los belenes han desaparecido de los escaparates, y se debate la propuesta «supresión de la palabra ‘Navidad’». Con este paisaje la vicepresidenta y ministra de Trabajo de España, Yolanda Díaz, visita al Papa en el Vaticano en medio de una polvareda no se sabe si de sorpresa, de estupor o de perplejidad ¿Pero qué tiene de particular que un mandatario visite a otro mandatario? Cualesquiera que sean sus convicciones políticas, todo gobernante sabe que el Papa, sin ejército, sin súbditos y sin territorio, es el hombre más poderoso del mundo sin ser su poder de este mundo.

Desaparecidos, pues, de este panorama humano los belenes, el rey Juan Carlos felicita la Navidad con un precioso nacimiento napolitano formado por el Niño Jesús, la Virgen y San José: es como un regreso a la lógica de las cosas. Las cosas son lo que son y el 25 de diciembre los cristianos, y solo los cristianos, tenemos algo grandioso que celebrar: la venida al mundo de un niño pobre, perseguido ya en el vientre de su madre, obligado a emigrar nada más nacer. Un niño que lo podía todo, no tenía nada y, porque curaba leprosos, hacía hablar a los mudos, ver a los ciegos y expulsaba demonios, despertó los celos de los ‘poderosos’ de la Tierra.

Él no quería un reino que se acabara aquí, daba un Reino Eterno a cambio de una sola cosa: la Fe y por la fuerza de un solo misterio: Su Amor. Somos humanos, pequeños y acaso, pese a todo, dos efímeros poderosos de la Tierra, en España, lo buscan, ese Amor que no tiene fin. Si es así, para ellos es, también, la Navidad.