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Cien mil –exactamente, 102.850– euros costará –nos costará– la actuación del rapero Rels B en las fiestas de Sant Sebastià, contratado por obra y gracia de este Consistorio, al que no le parece elegante limpiar calles o mantener vigilado el Parc de ses Estacions, y al que le importa un bledo la vertiginosa pérdida de calidad de vida que señalan todos los indicadores, pero al que le entusiasma derrochar los impuestos de los ciudadanos en cosas fútiles.

Por ese importe, por ejemplo, se contratan dos maestros a jornada completa durante todo un año para las escoletas municipales, o se dota una buena biblioteca de barriada. Hila y Jarabo, sin embargo, juzgan mucho más importante dar alpiste a un sector de la juventud –numeroso, sin duda– acostumbrado a las letras violentas y machistas del rap, el hip hop y el reggaeton, tres de las inmundas caras de la degradación musical que padecemos. Lo de musical, obviamente, es una benevolente exageración.

Cort se beneficia del analfabetismo funcional reinante para vendernos edificantes y elevados mensajes tales como «Y este año, ya no importa, me lo pasaré en Mallorca, vacilando en una barca, colocao’ de cualquier cosa», «ayer eramos rookies, hoy somos solo stars, y a ese par de pussies no los quiere ni el tato. Están fuera del juego, yo ya firmo contrato», u otros premonitorios del pingüe negocio que acaba de suscribir con el Ayuntamiento, como «Tengo pa’ pagar multas (yeah). Tengo pa’ un sofá nuevo (mil). Tengo pa’ la consulta y un psiquiatra ‘e lo’ buenos. Ahora cuando me insultan ya no me importa un huevo (na na). Meto mano al bolsillo y, psss, en tu cara dinero (Madre mía, Dani, tío, cómo te ha cambia’o el dinero)». Las comas las he puesto yo, claro.

Algún iletrado afirmará que el arte puede y debe ser provocador. A un servidor, en cambio, lo que realmente le parece una provocación es que Hila dilapide el dinero que no es suyo en difundir el catetismo y el machismo más casposo, mientras se pasa el día en el balcón de Cort colgando lazos para, supuestamente, ayudar a la lucha de quienes lo combaten con algo más que selfies.

De Samantha Hudson mejor hablamos otro día.

Y, si lo de Rels B es un escándalo mayúsculo –y me importan una higa las visitas que reciban sus vídeos–, qué decir del derroche en lucecitas navideñas.
Palma gasta más de un millón –2,5 euros por habitante– en sufragar un pastiche luminoso, a mi juicio, mossó hasta la médula, entre cuyos adefesios destaca el mal llamado e indescriptible ‘árbol’ del Parc de la Mar y unos espantosos lazos en las farolas que me causan arcadas cada vez que los diviso. Naturalmente, sería demasiado burgués pretender que el alcalde y sus mariachis del pacte tuvieran un átomo de buen gusto en sus neuronas, lo reconozco, pero, entre la austeridad espartana de la cultura mallorquina tradicional, elegante en tanto que sobria, y contratar el diseño de la decoración navideña a la encargada del chino de tu calle, media un cierto margen de mesura en el que los horteras y el resto del mundo podríamos convivir en paz, sin necesidad de agredirnos la vista y, sobre todo, sin que haya que echar a la basura un millón de euros cada año a mayor gloria del candidato Hila. Eso, sin contar con que habrá que pagar la factura eléctrica resultante.