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Estos días, nuestras autoridades políticas tienen sus agendas a reventar. Particularmente las noches. No les cabe ni una cita más. Están gobernando más que nunca: cada noche, un lugar; cada lugar, un mensaje; cada mensaje, mil oyentes cautivos y, de paso, incontables oportunidades fotográficas: un ‘selfie’ por aquí, una foto de grupo por allá, y todo eso reproducido masivamente en las redes sociales. Es su momento dulce del año. Si usted tiene una boda o un bautizo al que quiere que vaya alguien que luzca, que haga guapo, va a tener que esperar a después de Reyes. ¡Ni Jarabo está libre!

El motivo de esta actividad trepidante no es que nuestras autoridades estén resolviendo nuestros problemas, ni gestionando, ni estudiando cómo nos sacan del declive en el que estamos. La razón es que estos días en Mallorca se celebran incontables cenas, actos, homenajes, entregas de premios, concursos o como se les quiera llamar, en los que el organizador necesita imperiosamente de alguien que decore, que haga bonito. Y para eso están las autoridades. Para subir a un escenario, entregar un regalo, hacer una broma inocente, estrechar manos y dejarse ver en el escenario. Como las azafatas en los concursos de televisión. Para ellos, eso es ‘gobernar’. Es una tradición que data de los ochenta y que da sentido a la política: ya que no arreglan problemas, al menos nos entretienen, se dejan ver, socializan.

Cambian los partidos, cambian los presidentes, pero no cambia esta función decorativa. Ni siquiera cambian lo discursos, que se vienen repitiendo palabra por palabra desde siempre. Hasta Balti, todo él un ácrata, seguía las órdenes que le venían impuestas por la costumbre, aunque con visible desgana. Créanme, para las cenas y celebraciones, da lo mismo Campos que Yllanes, Noguera que Cañellas, Armengol que Fageda: todos disfrutan dejándose ver, haciendo de rey mago, siendo fotografiado, saliendo en la televisión y hablando sin decir nada.

No todos tienen perorata porque, como en cada acto hay media docena de políticos –incluso de la oposición, que van para entrenarse– la gente se hartaría, pero siempre hay una foto. Otro terreno en el que exhibir oficio.

En las contadas ocasiones en las que hay que decir algo, porque no hay nadie superior, sueltan todos los tópicos imaginables, halagando todos los oídos. Nos enteramos en ese momento de que justamente nuestros políticos llevan toda la vida pensando en nosotros, admirándonos secretamente. Son baristas, taxistas, economistas, hoteleros, sindicalistas, periodistas o comerciantes, según el día de la semana.

Hay más premios que premiados, por lo que los homenajeados se repiten cada quincena, mes y año. Ahora el Oscar de los recogedores de patatas al mejor hondero balear; después la medalla de cobre al imberbe de Manacor; otro día el premio al mérito categoría especial para el peluquero de xot mallorquí auténtico. En los años en los que se destapaba un caso de corrupción cada día, la policía se llevó a uno de estos megapremiados, pese a que todos nos habíamos rendido a sus valores y lo habíamos aplaudido muchas noches.

Admito que estas ceremonias tienen su valor: hemos de aplaudir a quienes consiguen decir algo no oído mil veces antes. Para eso están los asesores, para estrujarse la cabeza y buscar algo que despierte a los asistentes del sopor. Y, a decir verdad, algunos lo bordan. Lo cual, por supuesto, se debería notar en las urnas.

Gobiernan así todo el año, pero este mes de diciembre es especialmente loco. Incluso con COVID y ómicron. Hay actos a los que asisten absolutamente todos. Tal es el afán de protagonismo que los presentadores de estas ceremonias se tienen que limitar a decir «autoridades» en lugar de mencionarlos a todos, porque no acabarían nunca. Lo único malo de esto es que, como Mallorca no tiene muchos locales diferentes para este tipo de eventos, al final repiten menú incontables veces. Es lo que tiene gobernar con frenesí.

Esto es lo que en el lenguaje político llaman ‘contacto con el pueblo’. Aunque la verdad es que a mí me da que se repite siempre el mismo pueblo: es un microcosmos que se escucha a sí mismo cada noche en un restaurante barbacoa diferente. Son cincuenta fijos, que están en todo, y otros tantos que rotan: unos más visibles en actos culturales, otros en la economía, otros con la iglesia, o de extranjeros, o de payeses. Así hasta el millón de habitantes.

Estamos a mitad de mes y ya añoro la ‘temporada baja’, cuando sólo podemos encontrarnos con nuestros políticos en las ‘fires’ de los pueblos. En esas ocasiones, sólo hay abrazos, pero sin discursos. Menos mal.