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El congreso a la búlgara del PSIB sirvió para escenificar que no hay mejor profiláctico contra la disidencia que tener colocado a todo el mundo a cargo del presupuesto. Viendo el nivel medio, podemos afirmar que los socialistas han conseguido dar empleo a todos aquellos que en un momento u otro pudieran llegar a tener alguna idea por su cuenta y a bastantes de los que no han estrenado aún su sistema nervioso central. La nómina es el genuino bromuro contra el exceso de pensamiento, término acuñado por los capitostes de la dictadura argentina para definir el problema que, según ellos, aquejaba a la rebelde juventud de los años setenta. Pensar es muy peligroso y una falta de respeto absoluto hacia la líder y guía del partido.

Francina Armengol estaba exultante, pues de momento no tiene enfrente la oposición que su Gobierno merece y, vistos los problemas familiares del PP, temo que pueda llegar a 2023 en situación parecida. Los populares necesitan que su marca estatal funcione para poder presentarse como alternativa y eso contando con que obtener una mayoría absoluta es hoy una quimera. Mientras Casado –en la inopia– y Ayuso sigan a la greña, la izquierda seguirá gobernando. Otra cosa es el cómo. Porque por más que nuestra presidenta quiera vendernos la moto, lo cierto es que este Govern tiene más trampas que una película de chinos.

Para empezar, Més necesita camuflar su irrelevancia y la pobre gestión de sus áreas de gobierno y, para ello, escenificará rabietas y gravísimas disensiones con el PSIB, que todos sabemos que son completamente falsas porque, al fin y al cabo, colocar a muchos individuos que difícilmente encontrarían trabajo en la vida civil no es moco de pavo. Apesteguia es el nuevo apóstol, pero su credo es el mismo que el de su secta hace cuarenta años, es decir, protestar y rasgarse vestiduras para acabar siempre desempeñando el papel de útiles monaguillos de los socialistas.

Lo de Podem es todavía más triste, porque desde que los consellers comunistoides tocan pelo no chistan, así que la nueva política de la nueva izquierda se funda en un lema tan mallorquín como es qui dies passa, anys empeny. Eso sí, algunos de los paracaidistas podemitas que aterrizaron en Balears para cubrir la cuota de carguitos que les tocó en suerte ya huyen despavoridos. La última ha sido Paula Valero, la soberana de la alimentación de las Islas, que regresa a su tierra después de comprobar que el sector primario balear se sube –con razón– por las paredes y que, para poder pagar un alquiler en Palma hay que ser mínimamente millonario.

El que también está que se sale es José Hila, que amenaza con volver a presentarse para –parece que al fin– trabajar, «a pie de calle, barrio a barrio», según reza el mensaje de sus propagandistas. Pero, si lo lees detenidamente, entiendes que para lo único que dice trabajar el alcalde es para volver a serlo, a caballo de la «igualdad, justicia social y libertad». Le ha faltado hacerse un retrato, abanderado con su cuenta-árboles y con una teta fuera, guiando al pueblo. De la (falta de) limpieza, los cadáveres urbanísticos, la (in)seguridad y la (in)movilidad de Palma no ha dicho absolutamente nada. Él es un intelectual y no se pone en cosas menores, claro, que para eso está su delfín Dalmau.