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Cuando yo empezaba a estrenar las fortunas, los deleites y las abundancias, las monerías y los dulcísimos agasajos, los juegos, las comedias, las mujeres, y cuando yo gozaba de los antojos del dinero, de las bondades de la salud y de las ligerezas de la libertad… no me acordaba de la justicia, las enfermedades, los hospitales… y la muerte». Estas frases eran escritas hace justo trescientos años por Diego Torres Villarroel para su obra: Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras de sí mismo Aquellos que ahora mismo dan la espalda a un exterminador virus universal, el más dañino y terrorífico que han visto los siglos y que incluso en su ceguera niegan incluso su existencia, conjugan el inconformismo con la nostalgia y van por ahí esparciendo contagios o retando a pecho descubierto la desgracia.

Antes de la aparición de esta plaga, salida probablemente de un laboratorio de armamento biológico, gozaban de todos los beneficios y privilegios arriba expuestos y la realidad científica los ha puesto de cara a la pared. Como el dragón de las siete cabezas, ya nos ha mostrado hasta ahora cinco de ellas, a cual más terriblemente mortífera y se ha bautizado a cada una de ellas con una letra griega de identificación. Si las cabezas le siguen creciendo al monstruo, no quedará en el tintero alfabeto helénico. Hasta puede que Omega, andando los tiempos, sin que hallemos salida segura, nos aguarde en la esquina.

La cuestión es que en el interior de nuestras casas podemos pasar el rato, de más o menos seguro aislamiento, entregados a nuestras cosas, necesidades y satisfacciones, pero nadie nos quita que salir a la calle, en cualquier circunstancia, es un evidente riesgo. Sí, como Villarroel, nos olvidamos, entre lisonjas íntimas, del mal que nos acosa. Las imágenes de la enfermedad letal, los hospitales a tope y la muerte en ciernes, sigue ahí. No falta quien piensa que como destructores del planeta lo merecemos. ¿Acaso no hemos almacenado durante años unos depósitos de energía nuclear capaces de destruir el mundo un montón de veces? ¿Acaso no hemos pulverizado en nombre del capitalismo falsamente redentor bosques y selvas que nos parecían inconmensurables y que no son otra cosa que los pulmones climáticos? ¿Qué ha de ser el espécimen humano en el cercano futuro? ¿Un fantasma tóxico y radioactivo? De todos modos hemos llegado a un punto, como quedó definido en los confinamientos, en que cada persona es un cuerpo aislado y eso es lo peor que nos podía pasar.