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Alves llega al Barça en chanclas y su euforia parece decir que se va a ganar la Champions. Es lo bueno de ser un cachondo, todo te la repampinfla. Tal vez no corra la banda como antaño, seguramente si sube a atacar no bajará a defender y viceversa, y dudo que aguante los 90 minutos, pero lo que sí es evidente es que esa plantilla necesitaba de un tipo al que todo le parece divertido. Las risas contagian, el buen humor igual, las payasadas más y a poco que se encadenen dos victorias consecutivas el juego colectivo puede mejorar notablemente. Evidentemente este fichaje, avalado por el nuevo míster del Barça, Xavi Hernández, no es una garantía de futuro sino un simple guiño a una afición necesitada de héroes que se rebajen el sueldo. En una crisis como la que ha establecido la pandemia de la COVID, no es agradable observar como tipos que dan puntapiés a una pelota se enriquecen mientras la gran mayoría pasa penurias para llegar a fin de mes.

Afirma Alves que hubiera llegado gratis al Barça, que simbólicamente sólo solicitó un euro semanal, que si el Barça le necesita él va hasta el centro de la tierra. Son palabras bonitas, emotivas, sugerentes, pero solo son eso: palabras de un tipo aparentemente agradecido. La liga profesional, ya lo dice la misma palabra, exige un salario mínimo: 155.000 euros por temporada. Como Alves estará contratado siete meses es de suponer que obtendrá la parte proporcional de esta cifra. Ahora bien, no está nada mal para un fulano de 38 años, al borde de la retirada, que por mucho que diga no esperaba que al final su sueño del regreso se hiciese realidad. Capaz es de debutar con el mismo calzado que lució en la presentación, cantando entre risas al rival que no le pise porque lleva chanclas. Eso lo corearía hasta yo.