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Vaya por delante que yo estoy básicamente de acuerdo con la reforma laboral que en su momento hiciera el Partido Popular y que facilita el despido de los trabajadores cuando existen razones económicas para ello, pagando una indemnización que no sea disuasoria. Para mí, la lectura de esta ley debe hacerse al revés: al permitir despedir, fomenta que los empresarios contraten, dándole oportunidades a los parados para que entren en el mercado laboral. A mi entender, el bloqueo del despido no protege al trabajador sino a quien no es capaz de justificar su salario y se refugia en el proteccionismo de la legislación. Sin embargo, hoy no quería defender esta reforma laboral que, por otro lado, se defiende sola viendo las estadísticas. Iba a otra cosa.

Como habrán tenido noticia, la coalición que nos gobierna se debate entre derogar íntegramente esa legislación laboral, aumentando esa aparente protección de los trabajadores, que es la postura de Podemos, o mantener la norma en vigor, si acaso con algunos retoques más bien accesorios, que es lo que defiende la vicepresidenta Nadia Calviño y que, por momentos, parece que comparte el críptico Pedro Sánchez.
Hasta ahí, me parece normal: quienes votaron a Podemos están contra la actual legislación laboral y quienes votaron PSOE no saben muy bien qué piensan, o sea que mantienen lo que aprobó Rajoy. En esa disputa hay otros actores: las patronales y los sindicatos, que representan los intereses de sus asociados y que tendrán el papel que los partidos políticos quieran atribuirles; la oposición que hasta puede que tenga una opinión propia y, finalmente, un tercer actor al que yo no recuerdo que nadie le haya dado voz en esta fiesta, que es Europa.

Los empresarios, la oposición y sobre todo los socialistas aducen que Europa quiere que la reforma laboral actual se mantenga. ¿Y? A mí, como digo, me parece bien la postura europea, pero en lo que no estoy de acuerdo es que tenga voz en este debate. Tanto los socialistas como las patronales dicen que Europa está en contra. ¿Y a quién le importa? Hasta donde yo entiendo, nunca hemos votado a nadie en Europa para que asumiera las competencias en material laboral. Este es un asunto de competencia exclusiva española, de las Cortes Generales, por lo que debería ser un asunto nuestro, interno.

Este debate abre las puertas a muchas cuestiones de gran calado político que en este país pasamos por alto con demasiada frivolidad. Por ejemplo, millones de españoles votaron por Podemos, cuyos postulados políticos colisionan en buena medida con las posturas europeas. A mí me parece que, por supuesto, en una democracia tienen más validez los postulados de Podemos, que han salido de las urnas, que lo que piense Europa, que no sé quién la sostiene, que no sé quién la defiende, que carece de toda legitimidad democrática.

El tema de fondo es si en España podemos determinar la política económica de forma autónoma o no. Porque, ¿cuándo le cedimos a Europa esa competencia? ¿Quién ejerce esa competencia en Europa? El Parlamento Europeo no tiene nada que decir en estos asuntos, especialmente porque no lo hemos votado para eso.
Algún líder de la izquierda, que no es borrego como la mayoría, ha planteado este tema con toda su crudeza: ¿de dónde sale ese pensamiento hegemónico europeo sobre el que nunca nadie se ha pronunciado en las urnas? Europa nunca debería chantajear a España a la hora de prestarle dinero por el impacto de la COVID-19: ¿dinero por legislación laboral? Lo que está implícito es mucho más grave: es dinero por democracia.

Yo tengo la impresión de que a nivel de Consejo Europeo, ese órgano no democrático que realmente gobierna el continente y en el que únicamente tienen voz dos países, se está imponiendo un punto de vista económico –con el que yo estoy de acuerdo– que carece de toda legitimidad democrática. ¿Desde cuando en España no se puede aplicar una legislación laboral restrictiva? Da igual que sea absurda si es democrática, si la votamos los ciudadanos. ¿Quién es Angela Merkel para decirnos qué hemos de hacer? Y mucho menos su ejército de ‘hombre de negro’ que componen la burocracia europea.

El papanatismo español respecto de Europa es absolutamente demencial: si es europeo es bueno, parece que pensemos. En general es verdad, porque nuestros planteamientos suelen discurrir más por el lado de la demagogia y la emotividad, pero antes que todo eso está nuestro derecho a poder estrellarnos a gusto, por decisión propia. En este sentido, primero es la soberanía y después, sólo después, debemos argumentar por qué lo que propone Podemos es un disparate. Pero esto es posterior.