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de los principales dueños del mundo para tratar de las grandes cuestiones, inevitablemente le viene a uno el cuchicheo quevedesco y tiene claro que, en efecto, nadie promete y ofrece con tanta tranquilidad como el que sabe que no va a cumplir. Y conste que no voy a referirme a las conversaciones, por llamarlas de algún modo, habidas en Glasgow. No, al fin y al cabo allí se debatía acerca de un problema tan complejo que no hubo forma de que quedara claro, si hablaban del planeta, o del futuro del hombre en el planeta. No. Estoy pensando en ese acuerdo suscrito días atrás en Islamabad por los representantes de Rusia, China, Estados Unidos y Pakistán, y que asegura un «compromiso práctico» con el régimen talibán. Dicho ‘compromiso’ se mantiene con el objetivo de ayudar a la estabilidad regional, y la implantación de políticas moderadas y prudentes que contribuyan a la mejora de las condiciones en Afganistán, lo antes posible.

En el citado país, más de la mitad de la población se enfrenta a la amenaza de un invierno de hambre y prácticamente toda ella está sujeta a las arbitrariedades de un poder que se regodea en el fanatismo y el abuso. La economía se halla totalmente colpasada. Desde el pasado 15 de agosto, con el acceso de los talibanes al Gobierno, la ayuda internacional está paralizada. Pero, eso sí, ahora se opta por un «compromiso práctico», es decir, contemporizar con los talibanes, mientras se estudia un consenso sobre su futuro reconocimiento. Finalmente, se exhorta a los talibanes a cortar cualquier vínculo con grupos terroristas. ¿Realmente quienes participaron en la reunión de Islamabad hablaban en serio?