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Cuando no se tiene la valentía y la honradez de abordar y tratar una dificultad en lo que es, cuando no se piensa más que en extraer de ella temas de discursos beneficiosos para sí mismos, se transforma la dificultad en carroña y, a partir de entonces, se pierde el derecho moral de taparse la nariz cuando empiece a heder y atraer a los buitres». (Jean- François Revel). No caben eufemismos. Sin embargo, en muchas ocasiones todo es eufemismo. Un Estado de derecho no puede autoobligarse ilimitadamente ni obligar a sus ciudadanos a asumir actitudes heroicas, realizando sacrificios que no tiene la obligación, ni siquiera moral, de asumir. La decisión de ser héroe debe ser personal e intransferible.

La historia se reconoce en el acontecimiento. Por lo que no sería extraño que al problema que nos ocupa con mayor intensidad actualmente, se le terminara conociendo como las «invasiones bárbaras del siglo XXI». Con la analogía podría justificarse. Analogía que también podría usarse para augurar el futuro.

Con los bárbaros tuvo lugar la caída del imperio Romano; ahora, en unas cuantas generaciones ¿se producirá la caída de la Europa del bienestar? El fenómeno se repite y la historia lo refiere: Europa está en decadencia; aunque como es propio de esa situación, unos no la ven, otros no la quieren ver y casi todos, por diversas razones, la niegan. Lógico, pues si se apreciara se tendría que intentar hacer, cambiar, algo y lo cierto es que casi nadie está dispuesto a hacerlo, en serio. La decadencia impide la visión de futuro. Carece de coraje. El «aquí no pasa nada y todo va bien» es la norma. Lo que propiciado por la estupidez se adopta como estupefaciente.

Deberíamos exigirle al Gobierno de la nación que diga hasta donde y hasta cuando abusará de nuestra paciencia. Los españoles somos hospitalarios y solidarios. Nadie que no pretenda insultarnos puede decir lo contrario. Pero las generaciones futuras no debieran poder decir que nosotros, sus antepasados, fuimos unos irresponsables. Que ¿qué podemos hacer?... No se me ocurre de momento otra cosa que, cuando corresponda, pedirles cuentas de verdad y castigarles contundentemente en las urnas. Hacerles desaparecer de la política. Es lo procedente. Si no lo hacemos, habremos perdido el derecho moral a taparnos la nariz cuando todo empiece a heder y a atraer a los buitres.