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Siguen estas lluvias y temporales que condicionan nuestro ánimo y nos enseñan que la vorágine constructiva no puede llevarnos a edificar en cualquier lugar si queremos evitar las desgracias. Estos días de agua opulenta y que llena embalses y torrentes me recuerdan esa admiración, interés y respeto que mostraba mi padre cada vez que el torrente de Sant Miquel atravesaba sa Pobla repleto de agua. Precipitaciones que dan vida y que también nos han enseñaron su cara más cruel en Sant Llorenç aún pendiente de compensaciones económicas. Esa agua que es muy necesaria para el sector primario siempre que llegue con la intensidad que requieren los cultivos. Las inclemencias climatológicas son las más temidas por los payeses y en muchas ocasiones les mantienen en vela. Tradicionalmente los fenómenos que observamos estos días han destruido esfuerzos de muchos meses y cosechas que suponían el sustento de muchas familias. Ahora, paradojas de la modernidad, nos preocupan los daños que pueden sufrir las propiedades y las reclamaciones que vamos a gestionar con las aseguradoras. Blas ha fulminado esas intenciones de prolongar la temporada turística. Las últimas terrazas y hoteleros que quedaban en pie han cerrado antes de la prórroga prevista y se ha propiciado el proceso de hibernación. He hablado de sa Pobla, capital agrícola por excelencia, y aprovecharé para comentar las jornadas turísticas que celebraremos y cuya información se encuentra en la web del Ajuntament.

Ya son cinco ediciones en las que hemos intentado reflexionar en voz alta sobre las estrategias, retos y riesgos que pueden asumir lo que denomino municipios no turísticos. Es decir, esos municipios sin los recursos que identifican nuestra Isla como deseado destino de masas. Porque si bien es cierto que toda la Isla es turística cabe pensar que la riqueza generada por la industria no se reparte con la misma intensidad ni afecta por igual a todas las poblaciones. Dicha falta de desarrollo y vivir de espaldas a la costa puede ser una ventaja a la hora de preservar determinados valores que hayan podido quedar más o menos intactos. Esa mallorquinidad en peligro de desaparición que se quiere poner al servicio de la activación económica y ofrecerse a nuestros visitantes veraniegos. Durante años he escuchado el ‘no queremos ser Pollença’ como símbolo de que el éxito turístico tiene un coste muy elevado para quienes residen en pueblos de nuestras Islas. Del sacrificio de las zonas costeras al alquiler vacacional como palanca para penetrar en todos los puntos de Mallorca de manera imparable. Reunirse para construir y pensar un nuevo futuro es algo sano que debería ocurrir con más frecuencia, especialmente cuando estamos tan obsesionados con todo lo que va mal.

El proceso de construcción común es tan importante y gratificante como el buen final de las sinergias creadas. Si clausuramos la jornada con un arròs brut podemos ser optimistas, al menos los que todavía confiamos en las bondades de las costumbres.