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Generar consenso en el mundo del deporte no es tarea fácil en un país como España. En una cota muy elevada de ese universo ha encontrado su espacio uno de los dirigentes más poderosos y que mayor capacidad de ejecución y maniobrabilidad posee. Presidir el Comité Olímpico Español (COE) desde 2005 –y de nuevo candidato único para el nuevo ciclo– ha conferido a Alejandro Blanco Bravo (Ourense, 1950) buena parte del mando de nuestro deporte. Más allá de los resultados en los Juegos, bastante más en los de verano que los invernales, la fuerza de las federaciones bajo su amparo le permite abarcar un espacio extenso y jugar un papel clave en las decisiones de Estado que atañen al mundo del deporte.

Los Juegos son el espejo en el que se mira un país cuando de deporte se trata, aunque sea una vez cada cuatro años. Y en tiempos de crisis económicas y sanitarias, Blanco ha logrado mantener a flote una estructura que reclama cambios y mejoras para dar un nuevo enfoque a la siempre presente herencia de Barcelona 92.

Volver a organizar unos Juegos Olímpicos ha sido (y es) uno de los grandes objetivos del mandato de Blanco. Frustradas las intentonas de Madrid, la fecha de 2036 asoma en un horizonte plagado de interrogantes y en el que la opción de la candidatura invernal de Pirineos 2030 evidencia que el escenario político y social dista mucho de aquella sensación de unidad que destiló en todo momento la singladura hacia el irrepetible verano de 1992.

El señor de los aros (olímpicos) ha logrado, pese a las limitaciones y la falta de implicación por parte de las administraciones en numerosas fases de su singladura, situar al español como uno de los comités más solventes a nivel deportivo y mediático del planeta.

Su trayectoria como deportista y dirigente remonta los orígenes de Blanco al judo (cinturón negro Séptimo Dan, entrenador y árbitro), su plataforma de lanzamiento desde la Federación Española hacia la cúspide, siendo el dirigente no político más influyente del deporte estatal.