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Al igual que Hans Küng, a propósito de su libro ¿Tiene salvación la Iglesia?, ‘habría preferido no escribir’ estas reflexiones. Son, en mi opinión, aunque breves, críticas y justas. Pero, al mismo tiempo, también están cargadas de certezas. Las hago en un contexto de seguimiento fiel a lo que entiendo es la verdad. Al menos, la que yo he aprendido y verificado.

Como es ya archisabido, el PSOE sigue a piñón fijo en lo que siempre ha estado. En realidad, tampoco hay que extrañarse. Se comporta de acuerdo con su ADN. Por eso siempre milita en la legalidad si le conviene. De lo contrario, se posiciona en la ilegalidad. Como estoy seguro que, a muchos, la anterior valoración les sonará a algo increíble, voy a refrescarles la memoria.

El 7 de julio de 1910 ha pasado a la historia del parlamentarismo español como un día especialmente vergonzoso. Por tal motivo, se ha buscado, con cierto éxito, extender un tupido velo. El mismísimo Pablo Iglesias Posse expresó en el Parlamento este mensaje antisistema: «Estarán en la legalidad mientras la legalidad les permite adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad … cuando ella no les permita realizar sus aspiraciones». ¡Magnífico! ¡Viva la democracia!

Ahí tenemos a Pedro Sánchez fiel cumplidor del programa antisistema del fundador del PSOE. Para alzarse triunfador en la moción de censura, que le aupó a la Moncloa, «instrumentalizó el gazapo voluntario de un juez afín en una sentencia falsa contra Rajoy» (Francisco Rosell). Vamos, que empezó, presuntamente, su mandato fuera de la legalidad. Vino la pandemia, y, ¡como no!, si situó totalmente ‘fuera de la legalidad’. El Tribunal Constitucional le ha propinado, uno tras otro, tres revolcones de campeonato, precisamente, por haberse situado ’fuera de la legalidad’, fuera de la Constitución.

Todo el proceso de la COVID-19, esto es, todas las medidas utilizadas por Sánchez para, presuntamente, neutralizar el virus se adoptaron al margen de la legalidad constitucional. No me invento absolutamente nada. Ahí están las tres sentencias del Tribunal Constitucional. Aprovechó la pandemia y aplicó una legislación mordaza a la propia democracia. Él escurrió el bulto, no quiso dar cuentas al Parlamento (en seis meses fue tres veces), como ha subrayado Carlos Herrera. Ha recibido, en consecuencia, su merecido. Por cierto, vergüenza ajena deberían sentir todos los que le apoyaron, incluso el PP. Bien por Vox y Foro de Asturias que, además de oponerse a la ilegal prórroga de seis meses, lo llevaron al Tribunal Constitucional y ganaron.

En cualquier democracia seria, a Sánchez le habría costado la Presidencia del Gobierno. Aquí, no ha pasado nada. Todo ha seguido igual. ¿Se imaginan qué habría ocurrido si el protagonista hubiese sido un personaje de centro derecha? Uno siente vergüenza ajena, qué le vamos a hacer, al contemplar al pueblo soberano plegarse ante semejante caudillo. Somos cómplices y lo pagaremos todos, aunque muchos no voten socialista. Uno se sonroja al ver nada menos que a Felipe González fundirse en un abrazo con Sánchez, en el recién celebrado Congreso socialista. ¡Quién te ha visto y quién te ve! Quiero pensar que esa escena fue un puro disfraz. Vaya servicio que ha prestado a España, Sr. González. Ni muchos de los suyos lo han entendido.

El problema de España se sigue llamando PSOE y Pedro Sánchez. Ambos solícitos seguidores del pérfido Zapatero: formar un bloque de gobierno con toda la izquierda, fuese la que fuese, y así taponar, de modo definitivo, cualquier posibilidad de acceso al mismo del centro derecha. ¿Recuerdan lo del ‘cordón sanitario’? Esto es lo que ahora tenemos. Un totalitario intento de imponer el pensamiento único. Veremos en qué acaba, al final, esta aventura sectaria.