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Hemos pasado, en poco más de un año, de hacer acopio de papel higiénico a volvernos locos por adquirir hornillos, linternas, pilas, velas y demás accesorios que se supone que nos van a permitir salir adelante cuando se produzca el gran apagón, una teoría a la se ha sumado el CSIC y nos ha mandado a agotar las existencias de las ferreterías, a las que, dicho sea de paso, no les viene mal hacer un poco de caja después de largos meses de crisis.

Y aquí estamos, con nuestro kit de supervivencia, en el que no puede faltar una barbacoa, sumamente útil para cocinar, y pensando qué hacer con los productos que almacenamos en el congelador si de repente no hay energía.

Pero lo verdaderamente grave de toda esta historia es que, si el mundo retrocede varios siglos, también lo hará el sistema sanitario al completo, por lo que nos enfrentaremos a una medicina de guerra, con lo que ello conlleva, sin soporte tecnológico alguno, una forma de curar para la que nadie está preparado, así que de poco nos van a servir los hornillos ante la que está por venir.