TW
1

Se equivocarían Marga Prohens y la dirección del PP de Baleares si pensaran que lo que sucede en Madrid se queda en Madrid y se mantuvieran como meros espectadores de la pugna entre la presidenta de la comunidad madrileña y la presidencia nacional del partido, cuyas consecuencias pueden afectar a las expectativas electorales de todo el PP, especialmente en Baleares donde las tendencias de voto se desarrollan casi como un calco de las nacionales.

Lo que empezó siendo una discrepancia sobre el calendario congresual interno del PP ha terminado por mostrar el verdadero alcance de las diferencias entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, los auténticos protagonistas de la pelea por mucho que quiera llevarse el enfrentamiento a los segundos niveles de ambos. Las elecciones autonómicas madrileñas del mes de mayo pasado sacudieron el tablero político nacional, entre otras razones porque, llevado por su soberbia, Pedro Sánchez planteó esas elecciones como un pulso casi personal con Díaz Ayuso. Y perdió. Los populares volvieron a sonreír, empezaron a pensar que el cambio es posible y a salir del sombrío letargo que ni el hecho de gobernar en Andalucía o Galicia conseguían disipar. Díaz Ayuso ha hecho el mayor aporte de capital político al PP desde la moción de censura, la traumática salida de Rajoy y la no menos compleja elección de Pablo Casado al frente de la organización, razón por la que debe de resultar extremadamente difícil para los partidarios populares digerir una brega inoportuna, innecesaria y sin duda muy dañina para los intereses de los contendientes y sus seguidores.

La atribución de culpas por la situación va pareja a cada alineamiento con uno o con otra, pero al común de los votantes del PP poco o nada les debe importar quién preside la estructura del partido en Madrid; como al resto de ciudadanos, sus preocupaciones se centran en el precio de la compra diaria, la factura de la luz y cómo llegar a fin de mes sin excesivas angustias. Desde esta perspectiva, el pulso entre Ayuso y Casado es altamente tóxico, sobre todo para el aspirante a presidir el Gobierno de España, quien puede decepcionar incluso antes de encontrarse en posición de gobernar, una posibilidad que se aleja a medida que mayores son las idioteces que se perpetran. Y Pedro Sánchez, a todo esto, encantado de la vida y feliz con la trifulca popular.

En algunos medios políticos se buscan razones de carácter ideológico en la disputa, todas ellas relacionadas con la expectativa de futuro de tener que establecer alianzas con el conservadurismo radical de Vox para poder gobernar, en el supuesto de que los números lo permitan tal como, al menos hoy por hoy, anticipan las encuestas. También se maneja la especie del supuesto temor de Pablo Casado a quedar fuera de juego si fracasa en la próxima convocatoria electoral, lo cual no tiene sentido porque de hecho estará políticamente muerto; o, desde la otra trinchera, se alude a la ambición desmedida, también supuesta, de Isabel Díaz Ayuso. Sin embargo, la cuestión, le decía Humpty Dumpty a Alicia (A través del espejo, Lewis Carroll, 1872) es saber quién es el que manda, eso es todo. Y el que manda ahora es Pedro Sánchez y así seguirán las cosas si quienes deben no dejan de pensar en el PP solo como un menguado fin en sí mismo.