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Por desgracia yo sí tuve tiempo de aguantar las casi tres horas de la última de Bond, James Bond. Y siento mucho tener que defenestrar al Bond que mejor ha interpretado la serie de Ian Fleming. En Casino Royale, primera que apareció Daniel Craig como el personaje del espía con licencia para matar, yo le apoyé porque así se reparte la leña contra los malos, y la escena en que abre la cabeza contra unos lavabos de mármol, la bordaba, aunque uno sabe que en nada se parece a los espías reales, como el tal Villarejo.

La última de James Bond haría enrojecer de ira y de vergüenza al mismísimo Ian Fleming, pues Craig se nos ha vuelto un moña. Los primeros veinte minutos del film están bien, una persecución en un pueblo italiano que bien podría haberse rodado en Deià –aquí la falta de reflejos de Palma Pictures y de Barbadillo, que nos trajo Cloud Atlas y Jappeloup, falló para promocionar nuestra Isla. Luego está una soporífera hora y media que va desde el retiro de Bond en Jamaica o las Bermudas, hasta ir enumerando uno a uno a los personajes, desde Ana de Armas, hasta el malo malote con máscara a medias, o el soberbio actor Ralph Finnes haciendo de jefe del MI6.

Total, y para no hacer spoiler para aquellos a quienes las críticas no afectan a la hora de ser fieles a Daniel Craig, no voy a contar el final, pero con lo que pasa mejor así, que ver a Bond jubilado, con más arrugas y falto de aquellos reflejos que le hicieron famoso. Ya solo nos falta verle jugando a la petanca.

No es Sin tiempo para morir un film digno ni de la serie ni del triste final de la carrera de Craig como Bond. Adiós James, no regreses.