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Ni Més saldrá del Govern Armengol ni Podemos dejará caer a Pedro Sánchez por mucho que algunos actuantes levanten la voz con ardor guerrero. El cobijo de los despachos del poder debe ser adictivo porque son rarísima excepción los políticos que los abandonan por su propio pie. La tensión inducida, bien que por razones distintas, en las coaliciones gobernantes en Baleares y en Madrid responden exclusivamente al interés de partido de los protagonistas, a su necesidad de hacerse notar, lo que en la semántica de la política se concreta en marcar perfil propio.

Con la reciente elección interna de los candidatos de Més para la siguiente convocatoria electoral autonómica han salido de sus vainas los cuchillos utilizados cuando el proceso de negociación de los pactos de coalición y la designación de los militantes que se harían cargo de las áreas de gobierno resultantes del reparto a tres (PSOE, Podemos y Més), todavía con restos de aquella refriega en las hojas afiladas. La preferencia de los electores del partido por el alcalde de Deià, alejado de los criterios de la dirección cuyo mandato termina este mes de noviembre, ha sacudido la cómoda placidez de los cargos institucionales de Més, a la voz de no se nos oye; la presencia de Més en el Govern y en el resto de administraciones pasa inadvertida, como, por otra parte, no resulta extraño: en la coalición el partido mayor, el PSOE, ciega las iniciativas de los grupos políticos menores. Si además, en este caso, añadimos la empanada ideológica que viene arrastrando Més, de tanto de querer parecerse a Podemos, era incluso lógico que los postulados de la dirección salieran derrotados. El nuevo líder, Lluís Apesteguia, se ha reafirmado en su propósito de evaluar el cumplimiento de los pactos de coalición con el patente objetivo de ampliar radio de influencia, con la amenaza por delante: «La opción de salir del Govern tiene que estar encima de la mesa». Pero lo peor que le puede suceder a una advertencia de tal calibre es no resultar creíble. De llevar adelante ese propósito quienes desenvainarían las facas sería la miríada de personas colocadas en las administraciones, en muchas situaciones sin opciones fuera de las mismas, obligadas a buscarse la vida en el frío exterior.

En Madrid, la digitada como heredera de Pablo Iglesias, a la vista del declive de Podemos, se prepara una plataforma política estrictamente personal, en la que no quiere control alguno de organizaciones de partido, y para ello precisa del relumbrón de aparecer como factor determinante de la derogación de la reforma laboral de Rajoy, un mantra que entre otras cosas oculta la urgencia de atender la demanda de los sindicatos de recuperar sus mermadas capacidades y poder, aunque las exigencias europeas vayan en sentido totalmente contrario a las pretensiones de la ministra de Trabajo. El otro referente del teatrillo dialéctico de estos días entre Pedro Sánchez y sus socios, la ley de vivienda, ya se la apuntó de prisa y corriendo la ministra de Podemos, Ione Belarra.

A pesar de todo, Francina Armengol necesita tanto a Més (y a Podemos) como Pedro Sánchez a Podemos, y a la inversa. No se soportan, compiten por los mismos votos, pero no son nada los unos sin los otros. El resto, tensión para la galería, crisis por interés.