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Estoy leyendo el libro de José Luis Córdoba: El viejo periodista, al leerlo mi memoria se traslada a aquellos años en que, terminados los estudios universitarios de periodismo empecé a trabajar en una de aquellas añoradas redacciones que había en Mallorca. Todas eran más o menos iguales. Me dieron una mesa, en la que había una máquina de escribir con unas teclas muy duras. El tacto del metal y el ruido al golpear los caracteres sobre el rodillo eran el verdadero teatro, la música del periodismo, la magia de la Redacción, donde se cocía lo noticia que los lectores disfrutarían el día siguiente. Aprendí que lo único que le importa al periodista es la noticia, y ésta se busca en la calle y se escribe en una Redacción.

En la actualidad, la precariedad de los profesionales de la información es la misma que hace décadas, y más con las ‘fake news’ de las redes sociales, será más necesario que nunca que existan periodistas capaces de narrar objetivamente lo que pasa en el mundo. Después de más de cincuenta años de profesión periodística, detrás de esa máquina de escribir, esa pluma y ese papel, me he dado cuenta que elegí profesión más bonita del mundo.