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Maravillosa la leyenda del flautista de Hamelín. Pero hay otra versión: ‘El flautista de Hispamelín’. En un mundo formado solo de aldeas globales, un flautista misterioso se llevó a legiones de aldeanos, en especial de Hispamelín. Los depredadores eran muy apreciados ahí. Si no lo eras, te robaban y difamaban impunemente. El traidor fundador del castillo puso en movimiento mareas para matar a quien no fuera un criminal de pandilla. En esa aldea los fanáticos adoraban al ladrón. Su filósofo, un tal Mola y su slogan «lo bueno es juntar a muchos contra un hombre y atacarle por la espalda». El fundador y sus pandillas mataban y gobernaban acusando a las víctimas de lo que ellos eran: traidores «en rebelión». El modelo triunfó y muchos eran padres para acusar de su basura a su niño torturado. No solo los ladrones eran impunes sino que atacaban por la espalda a quien no lo era calumniándolo de los delitos y miserias del grupo de ladrones.

Un día, creyendo que no quedaba un solo hombre honesto vivo, reclamaron al gobierno unidad contra una plaga de hombres-rata. Los teatreros les fascinaban con obras donde mucha gente perecía para que los aldeanos se sintieran rey, guardián y hechicero. Las pandillas sociales de guardianes, hechiceros y hasta ociosos se divertían no solo difamando a alguien inocente o desvalido sino que se empezaron a sentirse divinos ante el espejo-móvil si se les aseguraba que morirían todos menos ellos. Los hechiceros mandaron a todos a sus chozas para sentirse un solo cuerpo. Paro el castillo todos eran ratas menos el castillo, mientras los aldeanos creían que lo eran todos menos ellos. Cerraron la frontera para acusar a los extraños. Pero llamaron al flautista para certificar su plan. Ellos veían a los demás como muertos desde el primer día. El flautista era mago. Querían un brebaje mágico que les hiciera sentirse cabeza de la hidra grandiosa. El flautista les confería importancia. Solo que debían obedecer, no criticar una sola orden y tomarse lo que sea sin quejarse. Algunos obedecían por comodidad pero muchos aldeanos disfrutaban. Solo que «Roma no paga traidores» y el flautista les puso en fila y se los llevó a ellos, mientras creían satisfechos que andaban sobre los cadáveres de millones. ¿El destino? Quién sabe. Como en la versión oficial, se aventura si pasaron a mejor vida, a colonizar tierras exóticas, la luna o al Juicio final. Pero jamás pudieron dejar de seguirle, como jamás he visto a un fascista español arrepentido aun disfrazando de ‘roja’ a la sección femenina de funcionarios. Jamás.