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V aya por delante que la política me interesa poco en cuanto a circo de movimientos, equilibrio de fuerzas y tejemanejes de poderes. Lo que me interesa es lo que hacen los políticos, lo que son capaces de conseguir para la ciudadanía, para quienes les han votado y también para los demás. Sin embargo, no puedo dejar pasar de largo los resultados de las primarias de Més, un partido que siempre me ha asombrado. Por los puestos de poder a los que accede y por el desproporcionado eco que tiene en los medios de comunicación. Quizá sea por aquello de que representan la «mallorquinidad» o algo parecido. En fin, el caso es que son una opción minoritaria, aunque ruidosa. En las últimas elecciones autonómicas, hace dos años, obtuvieron 39.000 votos en una comunidad de un millón de habitantes. Es decir, representan a un escaso 4 por ciento de la población. Con ese porcentaje de adeptos, creo yo que tendrían que aspirar a poco. O nada. Su nuevo líder, Lluís Apesteguia, alcalde de Deià, se ha alzado con el podium de su partido gracias al voto de un poco más de 1.400 electores. Pongo los datos porque son asépticos y reflejan a la perfección las dimensiones reales de lo que estamos hablando. Pocas, muy pocas personas. No deseo quitarle ningún mérito a la nueva voz del ecosoberanismo mallorquín, pero tiendo a desconfiar de los políticos que nunca han salido al mundo, a la vida, a bregar, a solucionar problemas, a enfrentarse a jefes, obreros, hijos, alumnos... lo que sea. Apesteguia tiene 36 años, lleva en política desde los 18 y ahora dice que su Més no será comparsa de nadie, que si alguna vez ocupa un lugar en el Govern será como presidente. Pues le deseo mucha suerte, porque si sigue con sus escasos 40.000 votos, difícil lo va a tener.