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Cuando nos dicen que sube el precio de la luz, lo primero que nos viene a la cabeza es que nos va a subir la factura de casa y que encender una bombilla es más caro. Y, aunque es cierto, este no es el verdadero problema, de hecho, con algo de austeridad energética lo paliaríamos. El problema no es que suba la luz, lo que sube es el coste de la energía, imprescindible para cualquier actividad empresarial y eso tiene un efecto directo sobre los precios de producción y de ahí al mercado, a la inflación. Los sueldos no podrán hacer frente al aumento de costes y habrá que revisar salarios y después de nuevo los costes y así, como el pez que se muerde la cola, entrar en barrena. Súmele la subida de precio de los carburantes, los retrasos en la cadena de producción por culpa del confinamiento del planeta y la necesidad de limitar los efectos medioambientales, la verdad es que el panorama no es muy halagüeño. Solo puede empeorar si hablamos de un territorio insular como Baleares, donde falta materia prima, hay un monocultivo turístico y se padecen los efectos contrarios de la España vaciada. La cosa pinta mal. Así que, una vez que el Govern de la licenciada presidenta ha conseguido una compensación de más de cien millones en los presupuestos, lo que urge es una fiscalidad especial para estas islas. Sea como sea y lo haga quien lo haga.