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He perdido la cuenta de las pateras y migrantes que han llegado a Baleares recientemente. También de las barcas que se han aproximado a tierra española por el Atlántico, el Estrecho y Alborán. Y de los ahogados. Parece que esta desgracia se contempla socialmente como algo ajeno y lejano, parecido a aquel conformismo con los atentados etarras porque se producían con tanta regularidad que los medios los recogían en espacios interiores y cortos. Una breve alusión en la tele si las muertes no eran masivas o no había niños. ETA asesinó a más de ochocientas personas en cuarenta años. El mar, las mafias, la desesperación han matado en lo que va de año a ochocientos migrantes en aguas españolas y no merecen ni una portada, ni una manifestación, ni un lamento solidario de algunos partidos. Todo lo contrario. Terrorismo y emigración solo son comparables en las víctimas, pero la conmoción de la declaración de Otegi, «nunca debió ocurrir», ha vuelto a poner sobre el debate pedir perdón. A ver quién pide perdón por los muertos en la mar. Alguien tiene que tener parte de culpa en el éxodo africano que aumenta, que no tiene visos de parar y que precisa de una estrategia más imaginativa y decidida. Lo que se ha hecho hasta ahora no ha funcionado. El Congreso decide legalizar a los menores no acompañados cuando cumplan 18 años. Un paso adelante, como el de Otegi, pero qué hacer con los adultos que se juegan la vida por el sueño europeo. Recuerda aquello de Frida Kahlo: «No me hagas caso, soy de otro planeta. Todavía veo horizontes donde tú dibujas fronteras».