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Hace cien años Mallorca solo tenía 270.000 habitantes y, aún así, miles de ellos tomaban el camino a América como única opción para salir adelante. Sus descendientes dan fe de este fenómeno desde las casas baleares al otro lado del Atlántico, donde aún añoran el idioma, la música, las recetas de sus bisabuelos.

Este viaje sin retorno muestra la difícil realidad del Archipiélago a lo largo de su historia: un territorio limitado, pobre e incapaz de ofrecer oportunidades de desarrollo a todos sus vecinos. Por suerte, o por desgracia, según se mire, llegó el turismo de masas, con él se llenó la Isla de nuevos mallorquines y a partir de los sesenta no hay quien nos tosa... o así era hasta hace poco.

Ahora se publican los resultados de un análisis exhaustivo de la realidad económica y social isleña. Pero, ojo, con datos de 2019, antes de la pandemia. La radiografía es demoledora. Esta tierra sigue siendo limitada, pobre e incapaz de dar a todos una buena vida. Y ahora soporta una superpoblación que roza el millón de personas. El maná turístico parece ya insuficiente para repartir riqueza entre todos.

La prueba es que la mitad no consigue llegar a fin de mes y no puede hacer frente a un imprevisto, uno de cada tres niños malvive en la pobreza, así como casi la mitad de los pensionistas. Si añadimos los precios estratosféricos de la vivienda, la electricidad y los combustibles, veremos un panorama más que complicado.

Y eso que a los datos publicados hay que agregar el parón económico provocado por el coronavirus, que no ha hecho más que actuar como un espejo que refleja el lado oscuro de una isla que se hunde.