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Parece que lo de hacer ejercicio sin ton ni son y coger sofocos de órdago se ha convertido en un precepto legal y un dogma sanitario, sobre todo para los ancianos como yo que ya no están para esa tontería de andar kilómetros sin ir a ningún sitio, echarse carretitas o perder el tiempo en gimnasios jadeando como perros. Mientras que estar lo más descansado posible denota muy poco civismo y es un comportamiento reprobable, casi un suicidio. Así que ya no basta con optar voluntariamente por el sedentarismo extremo, como vengo haciendo desde hace años (y jactándome de ello), sino que será preciso adoptar medidas activas para planificar la inactividad, y algún tipo de reglamento personal a fin de resistir la agobiante presión social que nos incita a todos a mover el culo de aquí para allá. La conjura de los predicadores del ejercicio, un gran contubernio de médicos, legisladores, psicólogos y grandes empresas de ropa deportiva, es demasiado poderosa para poderla resistir a cuerpo gentil, y dado que ataca desde todos los frentes (incluidos telediarios sermoneadores), no es suficiente con decir y a mí qué, conmigo que no cuenten, yo no hago ejercicio ni loco. Que mueva el culo su padre de ustedes, que a mí no me cogerán vivo. Por supuesto, este esfuerzo de la voluntad por el que nos negamos a hacer el capullo y tener un cuerpo juvenil a base de sudar la gota gorda, es indispensable para conseguir no hacer ejercicios extenuantes como un marine, o una cantante pop, pero no basta. Hace falta dotarse de una normativa privada, muy estricta, que reduzca al mínimo todo ejercicio no inevitable, sea físico, mental o moral. De lo contrario, a la que te descuidas ya estás moviéndote más de la cuenta, presa de la preceptiva agitación. Moviendo el culo como un capullo, decíamos. Por prescripción facultativa y sociológica. Porque sí, porque todo el mundo lo hace. Porque exhibir un cuerpo sano, joven y vigoroso es la base de nuestra última religión masiva. El gimnasio es su templo, pero yo no quiero ser un santo; prefiero ser un demonio. En fin, que hay que tomarse muy en serio lo de no hacer ejercicio. En esas estoy, redactando mi decálogo sedentario para la inactividad. Ya les diré.