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Era una norma básica en los relatos de terror y pelis de monstruos que se comen a la gente, cuando no cosas peores, que el monstruo no debe aparecer, salvo al final y de refilón, envuelto en sombras o a la luz temblorosa de una linterna. Y ello por dos motivos.

Porque ningún monstruo visible es tan pavoroso como el imaginado a partir de indicios, rastros, huellas de sus actividades y sombras tenebrosas (dientes, uñas, un ojo); y porque si enseñas al monstruo desde el principio, los lectores y espectadores se acostumbran rápido, se pierde el interés. A fin de cuentas, cualquier monstruo, real o imaginario, es una criatura moral, una metáfora del mal, y la gente de eso sabe un rato. De moral, queremos decir.

Ah, se trataba de eso, mascullan abúlicos. Por supuesto, lo que sirve para los relatos de terror y las pelis también sirve para la actualidad diaria, y hay filósofos y moralistas que creen que nuestra avanzada civilización se sostiene, precisamente, en ese requisito de que el monstruo no aparezca, por más que su rastro sea evidente, y se preste a toda clase de atroces especulaciones.

Las que llevaron al futurólogo Stanislaw Lem a profetizar que la siguiente fase de nuestra civilización será el canibalismo. Y puede que tal proceso se esté acelerando, porque esa regla básica se ha roto, y no sólo las películas actuales se llenan de monstruos desde el primer fotograma y recibimos noticias monstruosas a diario, sino que cada dos por tres aparecen puertas giratorias, sociedades offshore y papeles de Panamá o de Pandora que delatan a famosos sujetos de moralidad intachable y fortuna secreta.

Incluso a Facebook, monstruo planetario, se le ha visto el plumero y algo más que un diente por las declaraciones en el Congreso USA de la exempleada Frances Haugen.

Ahora los monstruos aparecen a patadas, en cada esquina, con la ruina moral que ello implica. No es que la derecha no sepa qué es la moral pública, puesto que la inventaron ellos, es que no saben qué hacer con ella, ni dónde ponerla. Y la izquierda, que la utiliza como pedestal, menos aún. El resultado es que aparecen monstruos a pleno día, a miles. Se les ve todo, y el público se desinteresa. Ah, eso, mascullan.