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No me extraña que proliferen los politólogos y los comentaristas con más o menos capacidad de profundizar y entender las razones reales que mueven la gestión pública. Digo esto porque es incomprensible que para unos Palma sea un lugar maravilloso y que para otros haya tocado fondo.

En lo económico confrontamos los que aplauden una lluvia de millones con otros que critican la insuficiencia de las aportaciones y la necesidad de un REB que traiga la justicia financiera a las Islas.

Existen tantas realidades como políticos que la valoran y ello provoca una profunda confusión en la ciudadanía que acude a esos interpretadores que, por desgracia, se convierten en voceros de los partidos.

Ante tal falta de objetividad se propicia el hastío de una gran parte de la sociedad que directamente desconfía de la política. Lo expuesto es realmente perjudicial para la deseada regeneración de esta democracia que se ha instalado en unos importantes y vergonzosos porcentajes de abstención.

Estos representantes de combate visceral están provocando una división social que no puede traer nada bueno. Son muchos los ejemplos de instrumentalización de la historia y también los pulsos que los políticos lanzan al Poder Judicial cuando las sentencias no son de su agrado o bien no respaldan las decisiones adoptadas.

Puede que el plan diste mucho del de aquellos padres de la Constitución, que tuvieron que hacer gala de su concordia, comprensión y consenso. Toda esta tensión está afectando al ordenamiento jurídico y a las formas para debatir y aprobar las leyes.

Dudo que exista un sentimiento de patria o de unidad cuando lo que se busca categorizar el pensamiento o ideología de los individuos con el fin de saber si son buenos o malos. Los que vociferan contra los partidos más radicales son aquellos que propician decisiones los extremismos.

La política, además de cíclica, suele ser producto de reacciones al poder y su abuso. Porque si algo no ha cambiado, es la tendencia a mantener la silla a toda costa. Podemos plantearnos si esta es la política que merecemos. Y ello supera lo ideológico porque, al final, todo repercute en cuestiones tan esenciales y necesarias como puedan ser la sanidad o la educación.

Cuando estas sufren por la incompetencia de los gobernantes sí deberían saltar las alarmas y convendría dejar de ser una sociedad anestesiada o atontada. Por todo ello lamento esta política de subsidios que nos convierte en cautivos y que no nos da motivos para avanzar y mejorar como sociedad.

Es muy fácil poner un ejemplo: duele leer que se destruyan miles de toneladas de patatas de sa Pobla cuando hay tanta hambre y necesidad incluso en nuestro país. Si se deshumaniza la política y la sociedad, corremos muchos peligros. Demasiados para seguir instalados en esta manera de hacer las cosas.