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En los informativos de televisión, incluso las pocas veces que cambian de tema y hablan de otra cosa, mantienen abierta una ventanita volcánica a modo de actualidad paralela permanente, porque la ardiente masa de magma mediático ha añadido hectáreas de superficie terrestre al vasto océano de las noticias y hasta las presentadoras de tales informativos, antes de presentar alguna no referida al flujo de colada y demás, se sienten obligadas a advertir que «seguimos atentos al volcán», frase con la que también suelen cerrar el espacio informativo, suponiendo que cierre.

La prensa escrita, menos magmática, mantiene sus secciones habituales, intenta no dejar todas las páginas perdidas de lava ni chupar hasta el tuétano el acontecimiento telúrico, como si con la erupción hubiera brotado de pronto una infinita demanda social de vulcanología.

Y puesto que ni los articulistas ni los humoristas gráficos se han vuelto expertos geólogos de súbito (todavía son un tanto epidemiólogos), aún es posible enterarse de algo que no sea la velocidad y extensión de la colada o los gases o las explosiones. El magma mediático candente, en definitiva, que es imparable y sepulta todas las noticias del mundo igual que si fuesen ganado bovino. O casas.

La gente, exhaustivamente informada de las turbulencias del volcán, mira en la pantalla esa ventanita humeante y duda si no debería informarse más todavía por solidaridad con los vecinos afectados. Hasta que aparece otro vulcanólogo para poner los puntos sobre las íes; sólo cuando en televisión eran todos expertos epidemiólogos, incluidos altos mandos militares, alcanzó el magma mediático semejante altura.

Ah, las erupciones mediáticas. Cuando parece que empiezan a remitir, se abre una quinta boca. Creo haber empleado alguna vez la expresión ansiedad informativa, y paroxismo comunicativo, pero un volcán después de una pandemia es demasiado. Y aunque el fenómeno del magma mediático no es nada nuevo (es la esencia del periodismo), a veces da la impresión de que a la gente le fascinan las catástrofes, las contempla como si fuesen la maja de Goya. Y no es así. Es otro efecto del paroxismo mediático. Magmático.