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La Constitución Española permite que se escinda una parte del territorio nacional pero también deja claro que estas modificaciones sólo pueden ser efectivas mediante amplios consensos de, como mínimo, las dos terceras partes del electorado.

Viniendo de tres años de guerra civil y de varias décadas de dictadura, estas cuestiones no parecieron fundamentales y los noes a la Constitución fueron muy minoritarios, incluyendo en lugares como Catalunya.

«Al grano amigo» pensará alguno, pero es que no es posible entender el ajedrez sin saber como están situadas todas las piezas del tablero.

Lo importante, en todo caso, es entender que el ‘procés’ nació y murió en julio de 2015, bajo la dirección de Artur Más. Eran momentos de crisis económica y descontento popular donde los gobiernos tenían muchas posibilidades de salir malparados. La audacia de Mas fue construir un discurso doblemente cuestionable: que las penurias de los catalanes eran culpa del Estado español y que, conseguida la independencia, Catalunya podría formar parte de una Unión Europea que le iba a recibir con los brazos abiertos.

Este discurso lo hizo suyo mucha gente y Mas convocó unas elecciones autonómicas pero cuyo contenido político, de carácter plebiscitario, tenía que medir el apoyo popular a la independencia

El drama para los catalanes es que sus votos se dividieron en dos mitades y, lo peor de todo, que los independentistas actuaron como si su plebiscito y las sucesivas contiendas autonómicas hubieran sido un éxito que les permitiera reclamar referendums incompatibles con la Constitución.