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Dos o tres veces por mes, el vicepresidente del Govern balear, Juan Pedro Yllanes, comparece para congratularse de cómo avanza su cruzada contra las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. La anteúltima, hablaba de una reducción de emisiones de la central de Es Murterar, resultado de reducir el tiempo en que estaría operativa. «Se acaba el carbón y el futuro está en las energías renovables, que generan puestos de trabajo de calidad, estables y que son sinónimo de crecimiento económico. Nuestra apuesta es clara: incrementar el parque de energías limpias [...] para que en el año 2023 un veinticinco por ciento de nuestra energía sea producida por renovables». Su director general de Energía, por su parte, decía que «el 31 de diciembre de 2019, la Ley de Cambio Climático de Baleares posibilitó el cierre de los grupos 1 y 2 [de Es Murterar], los más contaminantes de la central térmica. En ese momento, también se fijó un máximo de funcionamiento de 1.500 horas al año para los dos grupos que quedaban operativos, el 3 y 4».

Daría la impresión de que todo esto de la energía es una cuestión de voluntad política: ilegalizamos la energía contaminante y ya está. ¡Cómo no se nos había ocurrido antes! Pero esto es bastante más complicado. No basta con cerrar centrales, hay que tener alternativas. La pregunta central, elemental, evidente, es: si se cierra una planta productora, ¿de dónde viene la energía que la reemplaza? Mientras no veamos por todo plantas de energía solar y granjas de molinos de viento, esto de las renovables sólo estará en el papel, o sea que no existe.

Hace pocos días, Lluís Vallcaneras, que se presenta como ‘colaborador del Consejo Económico y Social de Baleares’, escribía que sólo el 0,62 por ciento de la energía de las islas proviene de fuentes renovables, mientras que un dos por ciento adicional tiene como origen la quema de basura en Son Reus. El resto, el 97,38 por ciento, o sea todo, procede de fuentes no renovables, contaminantes.

Para situarnos, en España, en conjunto, un poco más del veintiséis por ciento de la energía procede de fuentes renovables, mientras el resto tiene orígenes fósiles. (Este porcentaje considera la nuclear como renovable. Sin nuclear, España tendría un diecisiete por ciento de renovables.) Sólo un 3,67 por ciento de la energía en España procede del carbón, la fuente más contaminante. Europa, ‘grosso modo’, está al mismo nivel que España, aunque emplea más energía nuclear e hidráulica y menos solar y eólica.

Observen con atención: 2,62 por ciento Baleares contra veintiséis por ciento España y Europa, o un dieciséis o diecisiete por ciento, sin contar la energía nuclear.

Para que nos situemos en el nivel de engaño al que estamos sometidos, escuchemos al vicepresidente Yllanes el pasado veintiuno de agosto (¡de este año!): «hoy damos un paso más en la descarbonización de nuestro archipiélago y avanzamos hacia un futuro cada vez más verde, sostenible y respetuoso con nuestro planeta. En sólo dos años el carbón ha pasado de generar el cincuenta por ciento de nuestra electricidad a menos del cinco». El carbón, en 2019, en España era menos del tres por ciento. Y en Baleares, el carbón se ha reemplazado por gasoil, por supuesto no renovable.

En Menorca, donde la situación es igual de desastrosa, el director general de Energía explicaba a los medios que «en lo que trabajamos de forma más inmediata, a más corto plazo, es en pasar de fuel a gasoil», que es un combustible con un inferior nivel de contaminación. Y añadía que esa modificación podría ser una realidad antes de que acabe 2021. O sea que luchamos para contaminar con gasoil. Nuestro logro, con suerte, a finales de este año, será contaminar con gasoil. Vamos desbocados al infinito y más allá.

Estos días se ha lanzado otro plan de ayudas para el coche eléctrico. Otro más. Sin embargo, aquí la cuestión importante no es cuántos coches eléctricos tenemos sino cuál es la fuente de energía con la que cargamos esos coches eléctricos. Primero hay que tener presente que la producción de las baterías eléctricas contamina mucho más que la fabricación de un coche convencional. Si encima, la energía eléctrica con la que se recargan proviene en más de un sesenta por ciento de fuentes no renovables, el balance es que el coche eléctrico es peor que el atmosférico.

Vaya negocio que estamos haciendo en Baleares. Vaya engaño al que estamos siendo sometidos. ¡Qué escándalo los silencios ecologistas! Vaya vergüenza que jueguen con nosotros de esta manera. Y vaya pardillos que somos aceptar este tremendo rollo.